David Alves Jr.

”Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.” Isaías 43:2
Hay dos cosas en la naturaleza que merecen nuestro respeto: las aguas turbulentas de un río y el penetrante calor de un fuego. Ambas cosas exponen terriblemente nuestra vulnerabilidad.
Dios utiliza estas dos metáforas para describir las pruebas por las cuales él nos hace pasar. Muchas veces sentimos que las dificultades de la vida son como un río caudaloso que nos agita o como las olas del mar que nos azotan vehementemente. De igual manera, pueden ser como enérigicas llamas que arden en lo más profundo de nuestro ser.
Nota que Dios no promete que no habrán aguas ni fuego; sino que asegura que sí aparecerán en nuestro peregrinar. Lo que también nos afirma, lo cual es algo que nos llena de paz, es que él nos acompañará al pasar por las aguas y por el fuego.
En relación a las aguas, lo hizo con Israel cuando cruzó con ellos el Mar Rojo y después el Río Jordán. En relación al fuego, lo hizo con los amigos de Daniel al acompañarles en el horno de fuego en el que fueron puestos por no haber adorado la imagen.
En esos tres casos, no solamente permitió que pasaran por agua o fuego; sino que él mismo los acompañó, y obró para que las aguas no los anegaran ni que el fuego los quemara. Esto nos enseña que Dios jamás nos da una prueba que no podamos soportar y siempre nos brinda los recursos necesarios para poder perseverar (1 Co. 10:13).
Por lo tanto, cuando sientas las olas azotarte, recuerda que Dios no dejará que te hundas. Y cuando sientas el calor del fuego, considera que Dios no dejará que te quemes.
