David Alves Jr.
Éx. 21:1-6 establece las leyes en relación a los siervos y el tiempo que debían de servir. Queremos consider a través de esto al Señor como siervo. En él vemos que es:
Un siervo singular
Los siervos obtenían ese oficio involuntariamente. Algunos vendían su libertad por ser muy pobres (Lv. 25:39), otros eran comprados al no poder pagar una deuda (2 Re. 4:1) y los ladrones al no poder pagar la restitución (Éx. 22:3, 4). Cristo es un siervo singular- distinto a cualquier otro- porque voluntariamente tomó forma de siervo (Fil. 2:7).
Un siervo acompañado
El siervo que entraba soltero o ya casado, podía salir al haber servido seis años. Otra ley aplicaba para aquellos que habían recibido mujer e hijos de su amo. Hay varias cosas que Dios le ha dado y le dará a su Hijo para exaltarlo. Un día le dará a su Hijo una esposa, la cual somos nosotros, su iglesia (Ap. 19:7-10) y le acompañaremos siempre.
Un siervo amoroso
En el séptimo año de su servicio, el siervo debía de escoger salir libre o quedarse para servir por amor a su amo, su esposa e hijos. Decían: “Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, no saldré libre.” Jesucristo como siervo se sujetó y sufrió por amor a su Dios y a su esposa. “Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella.” (Ef. 5:25)
Un siervo marcado
Al decidir quedarse, era llevado ante los jueces, quienes lo paraban cerca de un poste o una puerta y tomaban una lesna y horadaban su oreja. Su decisión resultaba en sentir aquel dolor y vivir el resto de su vida con esa marca en su piel. Cristo abrió su oído en perfecta sujeción a Dios como siervo. “Has abierto mis oídos” (Sal. 40:6). “Despertará mi oído para que oiga… Jehová el Señor me abrió el oído (Isa. 50:4, 5). Su obediencia le llevó a la cruz, dejándole heridas eternas como las de un cordero recién inmolado.
Un siervo fiel
El que decidía quedarse, fielmente tenía que servirle a su amo por el resto de su vida. Ningún siervo ha mostrado la sujeción y la constancia a su amo, como lo ha hecho nuestro Señor. Él dijo en cuanto a su servicio a Dios: “yo no fui rebelde” (Is. 50:5). Ni una sola desobediencia. Se hizo “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Fil. 2:8)

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