David Alves Jr.
“Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.” (Éx. 20:12)
Al repasar la lista, llegamos a la mitad de los mandamientos escritos por el dedo de Dios sobre las tablas de piedra. El quinto mandamiento tenía que ver con la responsabilidad del hijo judío hacia sus padres. Hemos ido notando cómo el Señor Jesús cumplió con cada uno de los mandamientos – y en este- no fue la excepción.
Dios puso su mirada en una joven que llevaba el hermoso nombre de María y que vivía en la repudiada Nazaret para traer a este mundo a Jesucristo. Era piadosa, conocedora de las Escrituras, dada a la oración y con un corazón que derramaba continua adoración a Dios. Sabemos menos de José que de María, pero lo que sí se nos dice de él, es que también era un hombre entregado a Dios. Pero ambos – como toda otra persona- eran pecadores, con faltas y defectos.
Es precioso pensar en el Señor honrando a su Padre; pero también es asombroso considerar cómo se sujetó a sus padres que Dios le dio aquí en la tierra (Lc. 2:51). A pesar de sus imperfecciones, Cristo siempre respetó y obedeció a José y a María. Hebreos 5:8 nos dice que “aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia.” Algo de eso fue quizás tener que sujetarse a los padres que tuvo aquí.
Juan es el único de los cuatro evangelistas que nos narra la máxima prueba de la honra que Cristo mostró a su madre. Cuando el Señor padecía sobre el madero, Juan nos dice que el Señor le pidió que llevara a su madre a su hogar para cuidar de ella (Jn. 19:26, 27). En vez de pensar únicamente en sus sufrimientos, se aseguró de que su madre recibiese la mejor atención y cuidado posible.
El otro aspecto de la obediencia de Cristo a sus padres, es que nunca antepuso su honor a ellos por encima de sus responsabilidades a Su Padre celestial. Cuando le cuestionaron a los doce años sobre el por qué de haberse quedado en el templo, Él les aclaró que le era necesario atender los negocios de su Padre (Lc. 2:49). Pasan algunos años y del templo nos vamos a una boda en Caná. Se presentó la imperiosa necesidad de más vino y María se lo comunicó, lo cual Él dijo que su hora no había llegado (Jn. 2:4). En vez de convertir el vino por el dicho de su madre, Él lo iba a hacer cuando su Padre se lo indicara. Este hecho debería de convencer a los devotos a María que Cristo no estaba a la par de ella, sino por encima de ella.
Las excelencias de la perfección de Cristo, la podemos resaltar, en cómo fielmente guardó el quinto mandamiento de las tablas de Moisés al sujetarse a José y María. En la ley, el hijo rebelde debía de ser puesto a muerte (De. 21:18-21). Esto nunca iba a aplicar para Cristo. Gracias a Dios por su Hijo obediente.
