David Alves Jr.
“No matarás.” (Éx. 20:13)
¿Homicida él? Suena hasta inapropiado hacer la pregunta, pero la malévola crueldad ejercida en su muerte, haría parecer que había cometido algún crimen deplorable. Tenemos plena seguridad de que con cada uno de los mandamientos, Cristo no pecó, y que le era imposible pecar. Mientras la ley expone nuestra tenebrosa maldad; la ley resplandece la radiante pureza de Cristo.
Hubieron ocasiones en las que el Señor pudo haber actuado justamente al quitar la vida, que él mismo había dado, pero no lo hizo. Por tanta maldad en el mundo, pudo haber venido a condenar al mundo, más vino a salvar al mundo (Jn. 3:17). Al ser arrestado en el Getsemaní, pudo haber pedido que Dios le enviara una legión (3,000-6,000) de ángeles para que fulminaran a los opositores que lo crucificarían, más no lo hizo (Mt. 26:53). El Señor no recurrió a ningún auxilio a su disposición para evitar la cruz por la intención firme que tenía de padecer por los pecados del mundo.
Hizo todo lo contrario a quitar la vida: le dio vida a los que habían sucumbido a la muerte. Hay tres casos en los que el Señor resucitó a muertos que evidencian su ilimitado poder. En Mc. 5 resucitó a la hija de Jairo que acababa de morir. En Lc. 7 resucitó al hijo de una viuda en Naín que ya llevaban a sepultarlo. En Jn. 11 resucitó a Lázaro quien ya tenía cuatro días de haber muerto. Nos consuela observar cómo no hay nada imposible para el Señor. Él dijo de sí mismo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.” (Jn. 11:25)
Uno no tenía que matar a alguien para ser culpable de homicidio. El Señor enseñó que este mandamiento también se quebranta cuando uno se enoja contra su hermano (Mt. 5:21, 22). En este otro sentido, Cristo tampoco faltó a la ley de Dios. Él siempre mostró ser manso y sobrio. Nunca permitió que las circunstancias a su alrededor alteraran su forma de ser. ¿Cómo explicamos cuando el Señor fue al templo y sacó a los vendedores con sus animales, volcó las mesas de los cambistas y esparció las monedas? El Señor aún en esa ocasión no perdió el control de su carácter. Se condujo de esa manera por el celo que tenía a la casa de Dios. Cristo ejemplifica perfectamente lo que escribió Pablo: “Airaos, pero no pequéis…” (Ef. 4:26)
Hemos notado seis mandamientos en las tablas de Moisés, y en ninguno de ellos, hemos podido encontrar que el Señor los haya transgredido. Él sin duda merece toda nuestra adoración.
