
“No cometerás adulterio” (Éx. 20:14).
Como los sacerdotes de la antigüedad que examinaban los animales que eran sacrificados, hacemos lo mismo con el Señor, y encontramos en todo su ser: castidad, integridad y santidad.
Cristo era completamente incapaz de cometer este y cualquier otro pecado. No podía ni imaginarlo porque en su mente únicamente hubieron pensamientos limpios. Démosle gracias a Dios que él encontró en su Hijo: el justo que daría su vida por los injustos (1 Pe. 3:18).
La perfección de Cristo es un tema recurrente las Escrituras. Es algo de lo cual los profetas profetizaron, los salmistas compusieron, los evangelistas narraron y los apóstoles enseñaron. Con la ayuda de Dios quiero presentarle la santidad de Cristo en los Salmos bajo tres encabezados. Todas las referencias serán de ese libro.
Pureza en su vida
El Diablo le tentó pidiéndole que se lanzara del templo para que ángeles lo rescataran (91:11, 12). Cristo no cedió sino que pisó sobre el león para derrotarlo (91:13) y así triunfar sobre él, manteniendo su santidad.
El varón bienaventurado al inicio del libro es nuestro Señor. Su integridad lo llevó a no andar en “camino de pecadores” ni a sentarse “en silla de escarnecedores” (1:1).
Pureza en su muerte
El Señor describió sobre la cruz el claro rechazo que sintió. “Se han aumentado más que los cabellos de mi cabeza los que me aborrecen sin causa; se han hecho poderosos mis enemigos, los que me destruyen sin tener por qué” (69:4). No había una causa y no había un por qué de todo lo que le hicieron. Aún en las horas de tinieblas cuando llevaba el pecado del mundo, su perfección se mantuvo intacta.
Al ser bajado de la cruz, fue sepultado y al tercer día triunfó sobre la muerte. Su resurrección le declaraba al mundo que no había muerto por pecado suyo, sino por el nuestro. “No dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción.” (16:10)
Pureza en su reino
Los reinos de los hombres se caracterizan por corrupción e injusticia. Nuestra vista queda encandilada cuando contemplamos la gloriosa pureza que marcará el reino de Cristo.
Estudiamos las manos de nuestro Rey, y aparte de llevar las heridas de la cruz, vemos que son manos limpias (24:4). Nos preguntamos, ¿qué será ser gobernados por un Rey que es “puro de corazón” (24:4)?
Juzgará con justicia (72:2). El cetro que tendrá será “cetro de justicia” (45:6). Su trono estará cimentado sobre justicia (97:2). La verdad y la misericordia de Dios estarán en él (89:24). Nosotros tendremos la dicha de alabar a nuestro Rey “en la hermosura de la santidad” (110:3).
¡Gloria a Dios por la perfección de el Hijo de su amor!