David Alves Jr.
“No hurtarás.” (Éx. 20:15)
El 8º mandamiento, al igual que los 7 anteriores, nunca pudo haber sido quebrantado por el Señor. Él jamás habría tomado lo que no era suyo; sin embargo, es llamativo reconocer que él sí sufrió el hurto. Judas descaradamente robaba de la bolsa del Señor y de sus discípulos (Jn. 12:6). De igual manera sufrió este agravio, cuando los soldados le despojaron de sus vestiduras al crucificarle (Sal. 22:18; Jn. 19:23). Posiblemente eran las únicas pertenencias que aquí tuvo. Usted quizás ha sentido lo amargo que es ser robado de algo. No olvide que el dueño del ganado sobre miles de collados (Sal. 50:10) perdió lo poco que tenía al estar aquí.
Llama la atención que el Señor durante su crucifixión habló del robo. Al estar padeciendo, preguntó: “¿Y he de pagar lo que no robé?” (Sal. 69:4). Él no robó, mas sufría como alguien que lo había hecho. La palabra “pagar” es la misma que se emplea en la ley al hablar de la restitución. El que hurtaba tenía que restituir o devolver lo que había tomado y aún añadir una quinta parte (Lev. 6:4, 5). Nosotros sabemos que el Señor no tenía nada qué restituir porque él no había tomado nada. El Señor le estaba pagando a Dios los daños que nosotros habíamos cometido. Por eso al consumar la obra, él dijo: “Consumado es” (Jn. 19:30). Era un término de contabilidad de ese tiempo que significa: “pago completo”.
El Señor nos ayude a hacer memoria de él mañana, si él no ha venido, y que dignamente le demos gracias por el pago que hizo por nosotros.
Gloriarme no podría ya.
¿Qué soy? ¿De dónde vengo?
Mi gloria en la cruz será:
es todo lo que tengo.
¿He de ganar por su sufrir?
¡Jamás podré explicarlo!
El monto que debía cubrir,
Jesús vino a pagarlo.
