David Alves Jr.
Hoy nos corresponde ver a Cristo cumpliendo el segundo mandamiento dado a Israel, en el cual se prohibía la idolatría (Éx. 20:4-6). Dios quería que Israel le clamara y le adorara a Él, y a nadie más.
El idólatra le ora a sus ídolos; los hijos de Dios, le oran directamente a Él. Jesucristo mostró en Su vida lo importante que era para Él la oración. Oraba antes de que amaneciera (Mr. 1:35), oraba por la noche (Mt. 14:23) y durante toda la noche (Luc. 6:12). Muchas veces lo hacía en un lugar solitario (Mt. 14:23; Mr. 6:46; Lc. 5:16; 9:18) donde lo único que había presente- era la presencia de Su Dios. Si las arboledas de olivo en el Getsemaní hablaran, nos quedaríamos pasmados al oír de todo lo que Cristo le decía a Su Dios en las muchas veces que allí oró.
Considera algunas de Sus oraciones:
La oración del ejemplo (Lc. 11:1-4)
Hoy la oración vanamente repetida por muchos; fue una oración que el Señor hizo cuando Sus discípulos le pidieron que les enseñase a orar porque se admiraban de Su pasión en aquella sublime ocupación.
La oración de glorificación (Jn. 12:28; 17:1)
La gloria de Su Padre era el tema central de Sus oraciones.
La oración de la transfiguración (Lc. 9:28, 29)
Antes de que la gloria radiante de Cristo encandilara a tres de Sus apóstoles, a Moisés y a Elías, había estado en oración sobre un monte.
La oración de compasión
Oraba por los pecadores (Isa. 53:12) y por Sus seguidores (Lc. 22:32; Jn. 17:9-21).
La oración de la entrega (Lc. 22:40, 42, 44)
Sabiendo que iba a ser arrestado y que Judas sabía donde solía orar, aún así fue al Getsemaní, y allí en oración se entregó a la voluntad de Dios, sabiendo lo que le costaría.
La oración del perdón (Lc. 23:34)
Vivió enseñando sobre la necesidad de orar por nuestros enemigos; murió suplicando perdón otorgado a Sus enemigos mientras taladraban Sus manos y pies a un madero.
La oración del desamparo (Mt. 27:46; Mr. 15:34)
Abandonado por Sus apóstoles; por Su creación, al estar rodeado de tinieblas; y por Su propio Dios, preguntó lo que nunca recibió respuesta: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
La oración de Su partida (Lc. 23:46)
Algunos esqueletos encontrados de personas que fueron crucificados, sus cráneos muchas veces estaban hacia atrás por el intenso dolor que sentían al morir. Esto no fue el caso de nuestro Señor. A pesar de todo el dolor que agobiaba Su cuerpo, en completo control de sí mismo, oró: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, inclinó Su rostro y murió.
