David Alves Jr.
Mientras me siento a escribir estas palabras, escucho un sonido que transmite una gran tristeza. Puedo oír que desde el corral donde pasan la noche las ovejas, llora una corderita de 5 días de nacida que ayer quedó huérfana. En la oscuridad, busca a su mamá para que le de leche y para que se acueste junto a ella para darle calor en esta noche fresca. Quisimos que las otras ovejas que están criando la adoptaran y le dieran a mamar leche pero la cabecean. La han rechazado.
Me hizo pensar en otro cordero: el Cordero de Dios. Sigamos la indicación de Juan y veámoslo por fe. Él anunció: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Lo vemos colgado sobre una cruz de vituperio, rechazo y vergüenza. La oscuridad cae sobre él y abandonado de su Dios, lo oímos clamar: “Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mr. 15:34). Y en esas tinieblas, rechazado y abandonado, sufrió la terrible agonía de llevar los pecados de todos nosotros.

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