Cristo en toda la Biblia

El Pectoral

David Alves Jr.

Éxodo 28:15-30 


Ahora fijamos nuestra mirada en lo que iba encima del pecho de Aarón y buscamos aprender de Cristo en el pectoral. 

El pectoral era cuadrado, o sea que sus cuatro lados eran iguales. Esto nos representa la inmutabilidad de nuestro Sumo sacerdote, aquél que jamás cambia. Heb. 13: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.” Medía 1 palmo (aproximadamente 23 cm) de largo. Era hecho de la misma obra que el efod: oro, azul, púrpura, carmesí y lino torcido. 

No solamente era cuadrado pero también fue diseñado doble o doblado para poder hacer como un bolsillo en donde irían las dos piedras: Urim y Tumim. El hecho de que iba doble nos hace pensar en la perfecta y completa seguridad del sacerdocio de nuestro Señor para con nosotros. Heb. 4:16 “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” 

La tela del pectoral iba lleno de piedras preciosas acomodadas en filas de cuatro. En cada piedra iba grabado el nombre de cada una de las tribus de Israel. Las piedras del efod iban sobre sus hombros. Vimos que representa la fuerza de nuestro Sumo sacerdote. Estas piedras que iban sobre el pecho, al ir encima del corazón, nos habla del afecto y el amor que nos tiene nuestro Señor. Él le dijo a los suyos: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado…” (Jn. 15:9). Nos amó estando sobre la cruz y nos ama desde de su trono de gloria de donde intercede por nosotros. Los nombres estaban sobre las piedras con grabadura de sello para no poder ser borrados. Jehová le dijo a Israel: “He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida” (Is. 49:16).

Las piedras eran de un alto valor. Nosotros somos esas piedras (1 P. 2:5). No había ningún valor y ninguna hermosura en nosotros. El Señor Jesucristo nos vio con un gran valor al ver el mal que había traído el pecado a nuestras vidas y el peligro que había que nos perdiéramos para siempre. Nosotros somos aquella perla preciosa de Cristo que como el mercader: “vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mt. 13:46). Somos tan valiosos al Señor que él estuvo dispuesto a comprarnos, “no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de un Cordero” (1 P. 1:19). 

Tiene Cristo en su corona 
brillantes preseas; 
cada joya que le adorna
con sangre compró.

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