David Alves Jr.
Dios nos dice mucho acerca de la hermosura interna de la madre del Señor. Su pureza es notoria. Sentimos su turbación cuando ve al ángel. Su corazón que derrama continuamente adoración a Dios es expuesto para nuestro disfrute. Hay muchas otras cosas en María que nos dejan asombrados y que la hacen una persona digna a considerar.
Al mirar su interior notamos que también era una persona que ponderaba los asuntos con una disposición sumamente introspectiva. No debería de sorprendernos cuando notamos el bendito privilegio que tuvo de tener a Dios manifestado en carne morando en su hogar por 30 años. Pareciera que cada palabra y que cada movimiento de Jesucristo dejaban a María pasmaba y dejaba consumir su mente con meditaciones del que era su hijo y su Señor a la misma vez.
La encontramos primeramente meditando la noche que nació el Señor. Después de que había sufrido el dolor emocional de ser rechazada por sus parientes en Belén y por el mesonero; tuvo que acostarse en algún establo oscuro, sucio y maloliente para sufrir el dolor físico de dar a luz a Emanuel. Poco después de que lo envolvió en pañales y lo acostó en el comedero donde comían las bestias del campo, llegaron pastores que habían sido avisados del nacimiento de Cristo a través de ángeles que los visitaron en campos cercanos. Cuando María escuchó sobre cómo el cielo respondió al nacimiento del Mesías con la aparición de los ángeles y observó la alegría en los rostros de aquellos pastores, ella ”guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc. 2:19).
Aquella escena nos impresiona al grado de querer cavilar junto con María. Vivimos en días donde no es fácil meditar con tantas distracciones a nuestro alrededor. En estos tiempos de confinamiento, desarrollemos el hábito de encontrar un lugar silencioso y meditar en cuestiones concernientes al Señor y a su palabra como lo hacía María.
Considera los siguientes pasajes que nos instruyen sobre esto mismo:
”De día y de noche meditarás en él” (Jos. 1:8)
”En la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche” (Sal. 1:2)
”Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti” (Sal. 19:14)
”Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera” (Isa. 26:3)
La otra ocasión en la que leemos de María reflexionando es después de que lo habían dejado en el templo. A los 12 años de edad, el Señor viajó de Nazaret a Jerusalén junto con sus padres, como lo hacían cada año, para celebrar la Pascua. Después de llevar a cabo lo prescrito en la ley de Moisés, José y María comenzaron su viaje de regreso a casa, cuando se dieron cuenta que el Señor no iba con ellos. Al llegar de nuevo al templo tres días después, en medio de miles de personas que estaban de visita en la capital, lo encontraron sentado con los doctores de la ley haciéndoles preguntas que intimaban que había algo muy distinto acerca de este joven. Sorprendidos, María le preguntó cuando lo hallaron: ”Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia.” Su respuesta los enmudeció y dejó a María muy pensativa. Él les dijo: ”¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” Cuando regresaron a casa y vieron cómo el Señor se les sujetaba a pesar de ser quien él era, Lucas nos vuelve a decir de María: ”Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc. 2:51).
A María siempre la encontramos cavilando. La podemos ver meditando detenidamente al ver a su hijo en su hogar, al escucharlo predicando y al observarlo haciendo milagros. Lo que más le habrá hecho meditar fue cuando se paró debajo de su cruz y sufría dolores que nunca pudieran ser explicados. Simeón le había dicho en el templo, cuando Jesucristo tenía 8 días de vida, refiriéndose a su muerte, que sería como una espada que traspasaría su alma (Lc. 2:35). Seamos como María. Donde quiera que estaba, siempre cavilaba sobre el Señor.

Saludos hermano. Dios le bendiga, el señor le siga dando sabiduría ayudándonos a entender y a meditar en la sagrada escritura.
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