David Alves Jr.
Números 4:1-20
El hijo de Jacob llamado Leví tuvo tres hijos quienes se llamaron: Gerson, Coat y Merari (Gn. 46:11; Nm. 3:17). En Números 4 se nos dice cuales deberes tenían las familias de estos tres varones cuando el tabernáculo era movido de un lugar a otro durante la travesía de Israel por el desierto. La familia de Coat, o sea los Coatitas, debían cubrir ciertos objetos y utensilios sagrados con paños y cubiertas para después transportarlos a un lugar que Dios determinara.
El santuario de Dios siendo preparado y después transportado representa la vida terrenal del Señor. Analizamos su peregrinaje en esta tierra y nos maravillamos de lo mucho que viajó, lo mucho que hizo y la humildad que siempre caracterizó su estilo de vida. Al considerar este pasaje, queremos enfocarnos en este aspecto de la vida del Hijo de Dios.
Antes de que se nos explique lo que hacían los Coatitas, se menciona que se debía realizar un censo de esta familia. Para esto, eran tomados en cuenta solamente los varones entre la edad de 30-50 años. Por 20 años tenían el privilegio de servir haciendo todo lo que estaremos considerando. Pensemos en nuestro Salvador y en su servicio aquí. Únicamente duró unos tres años y medio. Sirviendo a Dios como nadie más lo ha hecho y su peregrinación fue truncada a una edad en la que el hombre se considera estar en pleno vigor al quizás tener unos 33 años cuando murió. Una vida corta pero abundantemente productiva que nos sirve de gran ejemplo.
En primer lugar, trazaremos a Cristo en los objetos y utensilios que los hijos de Coat transportaban; y en segundo lugar, haremos lo mismo con las cubiertas que ponían sobre dichas cosas. Los distintos componentes del tabernáculo nos presentan una gran variedad de aspectos gloriosos del Señor, pero insistimos que en este estudio, estaremos enfatizando el aspecto de su vida aquí en la tierra.
Los Coatitas tenían la responsabilidad de movilizar los siguientes muebles: arca de testimonio (v.5), mesa con los panes de la proposición (v.7), candelabro (v.9) y el altar de oro (v.11).
El arca del pacto contenía tres objetos (tablas, maná y vara) que daban testimonio por parte de Dios de cosas importantes para el pueblo Israelita. Aquí encontramos el perfecto testimonio de Jesucristo durante su peregrinación terrenal. Los hombres le acusaron de que su testimonio no era verdadero (Jn. 8:13), pero él inequívocamente podía decir: ”mi testimonio es verdadero” (Jn. 8:14). Su testimonio no solamente tenía que ver con sus palabras, pero también con sus obras. Lo que hacía concordaba perfectamente con lo que enseñaba. Él dijo: ”las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí” (Jn. 10:25).
La mesa con los panes de la proposición representa la satisfacción que Cristo podía brindarle a las personas durante su estadía aquí. A sus discípulos cargados y atribulados, les podía ofrecer descanso (Mt. 11:28). A aquellos que estaban hambrientos espiritualmente por causa de la maldad, les podía asegurar: ”Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre” (Jn. 6:51). A los que tenían hambre física, sin importar que eran miles de personas, él podía milagrosamente multiplicar panes y pescados para saciarles hasta quedar llenos.

El candelabro hace pensar en la luz que el Salvador trajo a este mundo entenebrecido por causa del pecado. La profecía de Isaías se cumplió con la venida de Cristo cuando dijo: ”El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos” (Isa. 9:2). Solo él podía prometer: ”Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas” (Jn. 12:46).
El altar de oro también era transportado por los Coatitas. Este altar era donde se quemaba incienso, lo cual habla de las oraciones del pueblo Hebreo, que como el humo del altar, subían a la presencia de Dios. Aquí podemos contemplar la asombrosa vida de oración del Señor que puede ser imitada, pero jamás igualada. Pasó noches orándole a su Padre sobre un monte. De todas las cosas que pudo haber hecho la noche antes de morir, deseó entrar al Getsemaní y orar hasta sudar grandes gotas de sangre que caían sobre la tierra de ese huerto. Aún al estar padeciendo sobre el madero, oró por los transgresores (Isa. 53:12) cuando pedía que su Padre los perdonara.
Los Coatitas al transportar estos objetos sagrados, no podían tocarlos ni verlos. Este pasaje indica que para cubrirlos, distintas cubiertas eran puestas encima. Al ir navegando por el desierto, los Israelitas no veían los muebles. Todo esto hace pensar en el hecho de que hay tantas cosas sobre el Señor que no logramos ver o entender por causa de la profundidad de la gloria de su Persona y de sus padecimientos. Ni aún la interminable eternidad bastará para que aprendamos todo sobre el eterno Hijo de nuestro Padre.
Las cubiertas para ocultar los muebles y utensilios eran los siguientes. Uno de ellos era el velo que dividía el santuario en dos partes. Hebreos 10:20 aclara que este velo es símbolo de la carne de Cristo. Jamás entenderemos el misterio de la piedad: que Dios fue manifestado en carne (1 Tim. 3:16). También se utilizaba la cubierta de piel de marsopa. Éste tenía un color no llamativo cómo los que sí tenía, por ejemplo, el velo ya mencionado. La cubierta de piel de marsopa sobre los hermosos muebles del tabernáculo hace pensar en la falta de atractivo que el hombre percibió en el Señor. Los judíos no vieron en Cristo las credenciales suficientes para reconocerlo como el verdadero Mesías. Habían paños de tres colores distintos que también cubrían los objetos sagrados. Uno era azul, que representa la procedencia de Cristo, siendo el cielo. Otro era carmesí, que simboliza la sangre que derramaría sobre el Calvario. Y el tercero era de púrpura, que nos señala al rechazado Jesús de Nazaret quien será el ”Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores” (1 Tim. 6:15).
Hola, una pregunta sobre números 13:33 que dice que eran hijos Anac descendientes de los Nefilim, cómo es posible si estos murieron en el diluvio
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