David Alves Jr.
Números 8:23-26
Dios estableció que los levitas podían servir ”en el ministerio de la tienda de reunión” entre los 25 y 50 años de edad. Después de los 50 años podían asistir a sus hermanos, mas ya no podían ejercer el ministerio.
Podemos agradecerle al Señor que en nuestro sacerdocio (1 Pe. 2:5, 9), no hay ese tipo de limitaciones. Podemos servir en el ministerio en nuestra juventud y también en la vejez. Podemos ponernos la meta de terminar la carrera de nuestro servicio a Dios como lo hizo Pablo. Él dijo poco antes de morir: ”He peleado la buena batalla, he acabado la carrera” (2 Tim. 4:7).
Pensando específicamente en el servicio a Dios, como en todo lo demás, nadie se compara con el Señor. Es en él en quien queremos enfocarnos.
El levita servía en los años de su máximo vigor al ministrar entre los 25 y 50 años de edad. Al considerar al Señor, encontramos que lo mismo ocurrió con él. Todo indica que salió públicamente a servir a Dios a la edad de 30 años. Pero en el caso de él, al parecer solo fueron unos tres años que duró su servicio, porque murió probablemente a la edad de 33 años. Los levitas dejaron de ministrar por la edad que alcanzaban; en el caso de Cristo, no fue por su edad, si no porque fue repentinamente ”cortado de la tierra de los vivientes” (Isa. 53:8) al dar su vida sobre el madero.

Los levitas servían por unos 25 años sabiendo que era relativamente poco tiempo el que tenían para servir en el ministerio del tabernáculo. Esto les habrá motivado para dar lo mejor de sí mismos. El Señor Jesús sabía que su ministerio sería breve. Él en una ocasión dijo: ”Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar” (Jn. 9:4). El siervo perfecto de Dios veía una urgencia en servir lo más que se podía. Nos ha dejado un gran ejemplo a nosotros. No tenemos tiempo que perder.
Cuando el levita llegaba a los 50 años de edad, podía sentirse satisfecho por la obra que había hecho con la ayuda de Dios para su honra y gloria. Lamentable, en muchas ocasiones, nosotros iniciamos nuestro servicio a Dios, pero no lo concluimos. En el caso del Salvador, él concluyó la obra que Dios le había encomendado. Él dijo que la iba a concluir al decir: ”Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Jn. 4:34). No solo dijo que la terminaría, sino que así fue. Hizo absolutamente todo lo que tenía que hacer. Él dijo: ”Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (Jn. 17:4). Eternamente será recompensado como nadie más, por todo lo que hizo al cumplir la voluntad de su Padre.
El Señor nos ayude a contemplar al mejor siervo de todos: el Hijo de Dios. Así como los levitas, nuestro servicio algún llegará a su final, con la venida de Cristo o al ser llamados a su presencia al dormir en Cristo. Nuestro servicio a Cristo no terminará, sino que lo realizaremos en su gloriosa presencia y viendo su hermoso rostro. En Apocalipsis 22:3 se nos promete: ”verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes”.