David R. Alves
El color azul es mencionado 49 veces en las Escrituras. En su Diccionario de Hebreo Bíblico, Moisés Chávez define así la palabra hebrea: “tekelet, Strong’s H8504, material azul, lana teñida de azul, o más exactamente, celeste”. No es cualquier azul, es azul celeste.
En un fascinante artículo sobre el azul bíblico, publicado en Los Angeles Times el 18 de septiembre de 2018, Nora Tarnopolsky describe este color como “perfecto, azul puro, un color tan magnífico y trascendente imposible de describir”. También cita al famoso rabino Maimónides quien lo describió como “el azul del cielo despejado al mediodía”.
El azul era un color predominante en el tabernáculo y en la vestimenta sacerdotal. De hecho, la gran mayoría de las referencias al azul en la Biblia están en el libro de Éxodo (34 referencias). Bien dijo el escritor a los Hebreos que “los sacerdotes…sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales” (8:4-5).
El propósito de este escrito es meditar en dos de las seis menciones del azul en el libro de Números.
Este cuarto libro del Pentateuco es el libro que describe los cuarenta años del largo, arduo peregrinaje del pueblo de Israel en el desierto rumbo a Canaán, la tierra prometida. En Números brillan pasajes relevantes a ley levítica que uno pensaría que deberían haberse mencionado en Éxodo o, de seguro, en Levítico.
Por ejemplo, ¿por qué se menciona lo de las cenizas de la vaca alazana en Números 19 y no en Levítico? Debido a la rebelión y desobediencia del pueblo morirían en el desierto unas 600,000 personas. El contacto con lo muerto e impuro sería constante y el pueblo de Dios necesitaría el agua para la purificación ceremonial de tal inmundicia. Esta purificación era temporal, externa y ceremonial. La obra de Cristo nos provee algo eterno, interno y real. El mejor comentario de este pasaje es en Hebreos 9:13-14, que dice: “si… las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?”
Un cordón de azul – Números 15
Otro pasaje peculiar en Números está en el capítulo 15, versículos 37 al 41. (Compare Deuteronomio 22:12). Dios mandó que la vestimenta de los judíos desde ese momento en adelante debería tener franjas en los bordes, y en cada franja un cordón de azul. El propósito se establece claramente en el versículo 39, dice Dios: “cuando lo veáis, os acordéis de todos los mandamientos de Jehová, para ponerlos por obra”. Los cordones de azul en los bordes de sus mantos les recordaría de la ley de Dios para ponerla por obra. Al cumplir su palabra, Dios les dijo, “seréis santos a vuestro Dios”, (v. 40). Si los israelitas hubiesen hecho caso del azul en su vestimenta habrían reproducido más carácter celestial en su comportamiento terrenal.
Uno se imagina cuantas veces un israelita mentía, daba falso testimonio, robaba o tomaba el nombre de Dios en vano, e inmediatamente bajaba la cabeza y, avergonzado, veía el azul en su ropa y se acordaba de los 10 mandamientos. O, por ejemplo, miraban las fallas de otros y cómo contradecían los cordones de azul en los mantos de ellos.
En los Evangelios leemos la historia de una mujer que tenía 12 años muy enferma y “cuando oyó hablar de Jesús” (Marcos 5:27), “se acercó por detrás y tocó el borde de su manto” (Lucas 8:44). ¿Por qué tocó el borde de su manto? ¿Será que oyó por primera vez de un hombre cuya vida era el ejemplo perfecto del azul que llevaba en el borde de su manto? “Si este hombre cumple la ley”, quizás concluyó ella, “ha de poder sanar mi enfermedad”. Así fue, al instante fue sanada.
Mateo 7:29 dice que el Señor “enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”. O sea, no había contradicción entre lo que decía y lo que hacía. Su propia vida era el ejemplo perfecto de lo que predicaba. Ver a Cristo sobre la tierra era ver al Dios del cielo. El azul celeste describe el peregrinaje terrenal de nuestro amado Salvador.

Un paño todo de azul – Números 4
Éxodo describe cómo fue construido el tabernáculo, en Levítico aprendemos de su funcionamiento, mientras que en Números 4, por estar peregrinando en el desierto, vemos cómo transportaban la estructura, las cortinas y los muebles. En los versículos 5 al 15 se describe cómo los hijos de Aarón deberían cubrir los muebles, antes de que fueran llevados sobre los hombros de los coatitas.
Nos limitaremos a los preparativos para transportar el arca del pacto con el propiciatorio encima, así como se describe en los versículos 5 y 6. Este importantísimo mueble era como un trono, una silla de misericordia, sobre el cual moraba Dios entre su pueblo. Antes de transportarse se cubría con tres cubiertas:
- El velo, que separaba entre el lugar santo y el lugar santísimo, cubría el arca. Sea en el campamento o sea de camino, el velo siempre escondía al arca. El velo nos habla del cuerpo del Señor Jesucristo (Hebreos 10:20). “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo…le ha dado a conocer”, Juan 1:18.
- Luego ponían pieles de tejones sobre el velo. Estas pieles nos hablan de Aquel que anduvo aquí sin parecer, ni hermosura, ni atractivo (Isaías 53:2).
- Finalmente extendían encima un paño todo de azul. La cubierta externa, visible, de todos los otros muebles era de pieles de tejones. No así la cubierta del arca. Entre esa vasta multitud, se movía algo (¡Alguien!) todo de azul. Cuando partieron del Sinaí, “el arca del pacto de Jehová fue delante de ellos”, (Números 10:33).
Inconfundible, llamativo, todo de azul, puro y perfecto, tenemos aquí una hermosa figura del que nos guía, nuestro Señor Jesucristo. ¿A veces nos desanimamos por pecados en nuestras vidas o en las vidas de los que están a nuestro alrededor? Volviendo por un momento a la figura de Números 15, ¿no cumplimos nosotros ni cumplen otros con el poquito de azul en los bordes de los mantos? No así nuestro Señor. “Todo de azul”, Él es nuestro ejemplo perfecto a seguir. Hagamos caso a la exhortación de Hebreos 12:1-2, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe.