David Alves Jr.
Números 9:15-23
Dios mostró su aprobación del tabernáculo, porque cuando fue levantado por primera vez, él lo cubrió con una nube. ¡Habrá sido una escena espectacular para los Israelitas!
Dios hizo lo mismo con el Señor Jesucristo, pero tristemente, la nación de Israel no discernió la presencia de Dios con él. El Hijo de Dios manifestó en sí mismo la gloria que residió sobre el tabernáculo, mas ellos no pudieron (o no quisieron) reconocerlo. Se fue de este mundo en una nube (Hch. 1:9) y viene el día cuando regresará a esta tierra en una nube (Lc. 21:27). Aunque el mundo no pudo reconocer la presencia de Dios sobre su Hijo, nosotros que hemos sido lavados por su sangre, nos maravillamos de que la gloria de Cristo, era la gloria de Dios mismo (Jn. 1:14).
La nube cubría el tabernáculo del testimonio de día. Viajando por el desierto, esta nube le proporcionaría al pueblo de Dios un gran solaz del intenso sol. Esto nos hace pensar en la ternura del Señor Jesús con nosotros. A lo largo de nuestro peregrinaje, bajo el fuerte sol de las pruebas, él nos es de gran refugio. Él es nuestro ”abrigo para sombra contra el calor del día” (Isa. 4:6).

Una columna con apariencia de fuego se hacía presente sobre el santuario de Dios por las noches. El fuego en la Biblia puede representar la santidad de Dios, que nos haría pensar en la pureza de Cristo. Pero de una manera muy práctica, consideramos cómo el fuego le proveía a Israel de calor durante aquellas noches heladas en el desierto.
¿Cómo llegamos a este primer día de la semana que es día del Señor? ¿Será posible que nuestros corazones se han enfriado? Muchas veces necesitamos de Cristo como aquella nube que nos refugie del sol; pero también le necesitamos como ese fuego, que pueda calentar nuestros corazones enfriados. Los discípulos de Emáus, después de oír al Señor enseñarles las Escrituras, se preguntaron: ”¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” (Lc. 24:32)
El pasaje enfatiza que la nube y la columna de fuego se manifestaban ”continuamente” (v.16). No hubo día que Dios fallará. Cada día y cada noche eran iguales. Aparecía la nube y después aparecía el fuego. Esto puedo traer consuelo a nuestros corazones al pensar en la constancia de nuestro Salvador hacia nosotros. Nunca nos falla. Él permanece siempre igual. Está con nosotros todos los días (Mt. 28:20). Aún cuando nosotros fallamos, ”él permanece fiel” (2 Tim. 2:13). Nuestro Señor ”es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb. 13:8).
La nación de Israel se movía en relación al movimiento de la nube. Si la nube avanzaba, ellos tenían que avanzar. Si la nube permanecía sobre un mismo lugar, ellos debían quedarse allí. Los Israelitas sabían que al seguir la nube, estarían siempre en la presencia de Dios.
Espero que todos nosotros tenemos el mismo deseo. ¿Deseamos verdaderamente estar donde está el Señor? En cuanto a la iglesia reunida, Cristo dijo: ”donde están dos o tres congregados en mí nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18:20). Dios nos ayude a desear de todo corazón estar donde está Jesucristo entre su pueblo para hacer memoria de él a través del pan y de la copa.