David Alves Jr.

Los romanos gobernaban el mundo antiguo cuando Dios en carne habitó sobre esta tierra. El Soberano Señor, como cualquier otro judío, se sujetó a la autoridad romana. Al grado que en una ocasión, él dijo: ”Dad, pues, a Cesar, lo que es de César”. En su muerte, en cumplimiento de la voluntad de su Padre, también permitió que los romanos le dieran la peor muerte posible, que era la muerte por crucifixión.
La barbaridad y la crueldad de los romanos, es algo que causa asombro. Conmueve pensar que para Dios, el ”cumplimiento del tiempo” para la venida de su Hijo, fue cuando dominaba el imperio romano la tierra de Israel. Cuando él envió a su Hijo, él lo hizo sabiendo la muerte salvaje que ellos infligían a sus reos.
Ellos no tenían límites en la manera en la que hacían sufrir a las personas.
Un hombre llamado Vedius Pollio era tan cruel con sus esclavos, que la forma en la que mataba a sus esclavos, asombraba a la demás élite en el imperio. Tenía un estanque lleno de lampreas. Era una clase de pez que tenía dientes como un disco muy filoso y que devoraba a su presa para poder ingerir su sangre. Vedius Pollio lanzaba a sus esclavos a ese estanque para ser destrozados vivos por las lampreas.
Los romanos tenían la costumbre de castigar severamente el parricidio, que es cuando una persona mata a un familiar suyo. Primero le azotaban con varas y después era metido a un saco de piel junto con un gallo, un perro, un mono y una serpiente; que era depositado en el agua. ¿Se imagina a esa persona ahogándose y sufrir las heridas de los animales desesperados porque también se estaban ahogando? Absolutamente brutal.
Habían muchas otras maneras en las que los romanos mostraban su crueldad, pero la peor de todas era la crucifixión.
Esa fue la muerte que le tocó a Cristo.
El que había sido sentenciado a este muerte, primero era flagelado. Azotaban a los reos con tanta violencia que carne era removida y muchas veces quedaban órganos expuestos. La flagelación era tan descomunal que muchos morían antes de ser crucificados. El Señor fue azotado. Todos los golpes que recibió antes de llegar al Gólgota, resultaron en que quedara irreconocible. Según Isaías, su aspecto físico se distorsionó tanto, que perdió su aspecto y dejó de tener la apariencia de un ser humano. Él profetizó: ”Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres” (Isa. 52:14).
Ser crucificado implicaba ser el espectáculo de aquél día para la ciudad capital. Para el Señor fue peor porque fue crucificado en el día de la Pascua cuando se encontraban miles de peregrinos de visita en Jerusalén. Lucas menciona multitudes que pasaron por la cruz. Esto significa que miles vieron al Hijo de Dios sufriendo la muerte más vergonzosa. Era la muerte que se le daba a los peores criminales. Habrán visto la inscripción que acusaba a Jesús de un supuesto crimen que iba encima de su cabeza. El Señor fue desnudado antes de ser crucificado, así que todos ellos habrán visto su desnudez. Todo esto, junto con todas las burlas que recibió, lo hicieron sentirse tan pequeño como un gusano (Sal. 22:6).
La deshidratación era algo terrible para el crucificado. Sabemos que en el caso del Señor, él fue clavado al madero como a la hora tercera, que para nosotros son las 9 de la mañana y que estuvo bajo el calor del sol por tres horas, hasta la hora sexta, que para nosotros son las 12 del día. Por eso él dijo: ”He sido derramado como aguas… como un tiesto (vasija) se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar” (Sal. 22:15) y también: ”Tengo sed” (Jn. 19:28).
Toda la tortura, los castigos antes y durante su crucifixión, fue tan intenso que él dijo: ”Todos mis huesos se descoyuntaron” (Sal. 22:14). El cuerpo humano tiene aproximadamente 350 coyunturas. Quizás nosotros hemos sentido el dolor de que un hueso se disloque; para él, fueron todos sus huesos.
Y pudiéramos continuar, tratando de mencionar todo lo que las Escrituras nos dicen de las cosas que él sufrió a mano de los romanos. La corona de espinas. Los clavos siendo martillados en sus manos y sus pies. Verdaderamente la crucifixión excede cualquier otro método de tortura.
Por más que suenen horribles las maneras en las que los romanos torturaban a las personas, y por más que impacten los dolores de Jesús al ser crucificado, hay algo que le causó aún más dolor. Pensaríamos que sería imposible, pero la realidad es que sí hubo algo lo hizo sufrir aún más.
En esto, no participaron los romanos, sino solamente Dios. Al medio día, él veló los cielos en oscuridad y castigó a Cristo por causa de nuestros pecados. Abandonado de su Dios, sufrió lo indecible, al llevar el pecado del mundo. Si lo que le hicieron los romanos fue de mucho sufrimiento para él, lo que le hizo su Dios, fue aún más. Jamás pudiéramos comprender lo que padeció durante esas tres horas al ser herido por Dios (Isa. 53:5).
Al contemplarle sufriendo, lo único que podemos hacer, es en gratitud recordarle el día de mañana, si él aún no ha venido por nosotros.