Cristo en toda la Biblia

La Seriedad del Sacerdocio

David Alves Jr.

Números 18:1-7

Servir en el sacerdocio del santuario de Dios, no era ni es, algo que se debe tomar a la ligera. En este capítulo y en Levítico 10, son las únicas ocaciones en las que Dios habla directamente con Aarón, y no con Moisés. Lo hace porque quiere recordarle sobre la importancia que tiene el servicio que se le había encomendado a él y a otros en relación a su casa.

Al haberse llevado a cabo la terrible rebelión en el capítulo 16, Dios le hace ver a Aarón y sus hijos, que debían hacerse responsables por ”el pecado del santuario” y ”el pecado de vuestro sacerdocio”. A través de lo que Dios le dice a su siervo, también lo está confirmando otra vez como el indicado para esa responsabilidad después de que Coré quiso ponerlo en duda. Los sacerdotes debían de llevar ”el pecado del santuario” porque debían de manejar las ofrendas y los sacrificios que eran ofrecidos por causa del pecado de un individuo o de toda la nación. Aarón y sus hijos debían llevar ”el pecado de vuestro sacerdocio” porque tristemente cometerían graves faltas o descuidos como ministros de Dios.

Siempre que leemos acerca de Aarón y de la función que él tenía, no podemos sino considerar ”al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús” (Heb. 3:1). A lo largo de la historia de Israel, hubieron decenas de hombres que sirvieron como sumo sacerdotes, pero ninguno de ellos se compara al que sirve en el sacerdocio celestial que es eterno, aquél de quien solo se puede decir de él: es el ”gran sumo sacerdote” (Heb. 2:14), es nuestro Salvador. Aarón manejaba las ofrendas y los sacrificios para que el pecado de la gente fuese perdonado; Cristo se hizo el gran sacrificio para poder quitar el pecado a toda la humanidad por la fe en él. Aarón tenía el potencial de fallar como sumo sacerdote; Cristo, como Sumo Sacerdote, ha servido y siempre lo hará, sin cometer ni una sola falta. Como Sumo Sacerdote se compadece de nosotros en nuestra debilidad porque ”fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15).

En los v.2-4, Dios habla con Aarón acerca del servicio que brindarían los levitas junto con él y sus hijos. Los levitas debían acercarse y juntarse con la familia sacerdotal para cumplir con las tareas que Dios les tenía en su morada.

Jewish high priest wearing the breastplate featuring twelve gemstones

Leví significa: ”unido”. El trabajo en conjunto entre Aarón y su familia con los levitas, representa nuestra unión con Cristo, y cómo a través de él, es que nosotros podemos servir como sacerdotes (1 Pe. 2:4; Ap. 1:5, 6). Podemos estar agradecidos que el sacerdocio en la actualidad, no es en base a lazos familiares. Todos aquellos que nos hemos unido a Cristo, tenemos este privilegio de poder servir ofreciendo a Dios sacrificios espirituales. Según Pablo en 1 Corintios, somos colaboradores de Dios, así como los levitas lo fueron de la casa de Aarón.

Aarón, sus hijos y los levitas; podían servir porque eran de la tribu escogida por Dios para realizar esas funciones. Cristo no es Sumo Sacerdote en la carne, en el sentido de que él no es de la tribu de Leví, sino de Judá. Pero él goza ese precioso oficio a nuestro favor por su muerte y resurrección. El sacerdocio Aarónico era por nacimiento, no les costaba nada llegar a tener esa posición dentro del pueblo; pero Cristo, él tuvo que pagar con su sangre para servirnos como Sumo Sacerdote. En el v.8 vemos que para la familia de Aarón y para los levitas, era un ”regalo” servir allí. No les había costado nada. Nuestro Sumo Sacerdote lo dio todo por nosotros para ser declarado el eterno Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec.

Los sacerdotes debían tener el ”cuidado del santuario, y el cuidado del altar, para que no venga más la ira sobre los hijos de Israel”. Esta es otra indicación de la seriedad que conlleva servir a Dios. En nuestro días, aunque tenemos el gran privilegio de servir en el sacerdocio en un sentido espiritual, vemos una gran indiferencia a esta responsabilidad. Llegamos a servir apáticamente o contaminados por pecado. Ministramos en la iglesia de Dios sin cuidar, como si fuera, el santuario o el altar. No se nos olvide que el mismo que juzgaba el pecado en relación al tabernáculo, es el mismo que juzga el pecado en las iglesias (Ap. 1-3). Dios nos ayude a servir responsablemente para honra de Dios, como siempre lo hizo su Hijo, quien el celo de la casa de su Padre le consumía (Sal. 69:9; Jn. 2:17).

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