David Alves Jr.
Números 18:8-20
En los v.1-7, vimos que el sacerdocio fue un regalo que Dios le dio a Aarón y a sus hijos. En los v.8-20, estaremos viendo que algunas de las ofrendas que entregaban los Israelitas a Dios eran para ellos como sacerdotes. Esta era la manera en la que ellos se mantenían al dedicar todo su tiempo al servicio que brindaban en el santuario de Dios. Toda ofrenda, presente, expiación por el pecado, expiación por la culpa y muchas otras eran para ellos.
En Levítico 1-6, quizás el énfasis en cuanto a las ofrendas, es la porción que recibía el oferente. Aquí el énfasis es la porción que recibían los sacerdotes. No perdamos de vista que el principal benefactor de todas las ofrendas era Dios. Más allá de lo que recibían los sacerdotes y los oferentes, las ofrendas y los sacrificios eran para el agrado de Dios.
Las ofrendas las debían de comer en el lugar santo o en casa junto con sus familias.
Las ofrendas y los sacrificios, hemos considerado ya, nos hablan de nuestro Señor Jesús. Los sacerdotes nos representan a nosotros en el sacerdocio espiritual al que pertenecemos en la actualidad (1 Pe. 2:9; Ap. 1:6). Los sacerdotes comiendo las ofrendas y los sacrificios somos nosotros alimentándonos de Cristo al tener comunión con él.
Al acercarse el día del Señor, sería provechoso que nos preguntemos: ¿cómo fue nuestra comunión con él durante esta semana? Nuestro Salvador merece que lleguemos al Partimiento del pan para hacer memoria de él al haber pasado cada día de la semana meditando en él e imitándole en todo, especialmente su pureza. Dios nos ayude a acercarnos a la mesa del Señor el día de mañana con corazones llenos de él y con corazones limpios como el de él.

Al haber creído en Cristo, en un sentido espiritual, comimos de su carne y bebimos de su sangre (Jn. 6:54, 56). Desde ese día hemos buscado alimentarnos de él. Dice en Juan 6:58, refiriéndose a Jesús: ”el que come de este pan, vivirá eternamente”. Él mismo prometió: ”Yo soy el pan de vida; el que a mi viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Jn. 6:35).
Sea como los sacerdotes y coma lo más que pueda del Señor. Si somos recién convertidos a él, él es nuestra ”leche espiritual” que debemos siempre desear (1 Pe. 2:2). Si tenemos tiempo en las cosas de Dios, él es nuestro ”alimento sólido” que debemos siempre encontrar en las Escrituras (Heb. 5:12, 14). Lea de Génesis a Apocalipsis, y como si fuera, entre al lugar santo con los sacerdotes o en sus casas con sus familias, y aliméntese del Señor.
Así como con las ofrendas y sacrificios, nosotros podemos disfrutar de uno, del quien Dios fue el que más se ha deleitado de él. Desde la eternidad pasada, Dios se deleitó en su Hijo. ”Era su delicia de día en día” (Pr. 8:30). Por lo menos, dos veces en su vida, él públicamente hizo saber que él era su Hijo Amado en quien encontraba toda su complacencia. Si Dios se deleitaba en él, y lo seguirá haciendo por toda la eternidad, nosotros deberíamos disfrutar de una comunión íntima con él todos los días de nuestra vida.
En el v.20, Dios le dijo a los sacerdotes que no tendrían heredad porque él mismo sería su parte y heredad. Nosotros tenemos la dicha de ser ”coherederos con Cristo” (Rom. 8:17) de tantas bendiciones espirituales que tenemos y que nos esperan por el hecho de que él murió y resucitó por nuestros pecados.