David R. Alves
Números 19
En varias ocasiones Dios enfatizó a los israelitas bajo la Ley que tocar un cuerpo muerto resultaría en que serían declarados inmundos, impuros, o contaminados (Levítico 21:1–4; 22:4–7; Números 5:2; 6:6–13; 19:11).
Sin embargo, es significativo que la ordenanza acerca de la vaca alazana, y el agua con algo de las cenizas de la vaca ofrecida, para el ritual de purificación no aparece con las demás ofrendas en Levítico 1-7, sino aquí en el libro de Números capítulo 19. La razón es que Números es, por excelencia, el libro de la peregrinación por el desierto y la constante contaminación a la que estaba expuesto el pueblo de Israel.
Vagando en el desierto, debido a su rebelión, morirían unos 600,000 soldados israelitas (Números 14:29; 1 Corintios 10:5). Se ha calculado que sería equivalente a la muerte de 40 hombres por día, por cuarenta años. Expuestos a tanta putrefacción, los sobrevivientes necesitaban de purificación accesible y constante.
Muerte física en la Biblia es figurativa de la muerte, o separación, espiritual (Génesis 2:17; Deuteronomio 30:15, 19; Romanos 6:23). Dios es santo y su pueblo debe serlo también. El contacto con lo muerto es contaminante. La amonestación para ellos en relación a lo físico, como para nosotros en lo espiritual, está en 2 Corintios 6:17, en donde Dios dice: “No toquéis lo inmundo; y yo os recibiré.” Para disfrutar la comunión ininterrumpida con Dios se requiere evitar lo inmundo.
Tenemos en este pasaje un hermoso tipo la completa suficiencia de Cristo para purificarnos en nuestra travesía por el desierto mundanal en que estamos. Ahora bien, para Israel, tanto la contaminación como la purificación, era de tipo ceremonial, o religioso. Para nosotros es algo real, y la purificación es en base a la obra de Cristo consumada ya una vez y para siempre.
Al hablar de “las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos” el escritor a los Hebreos (9:13-14) nos comprueba que Números 19 nos presenta un tipo del cual Cristo es el antitipo, o cumplimiento, de la vaca alazana. La pregunta: “¿Cuánto más la sangre de Cristo…limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” es otro ejemplo en Hebreos de la superioridad de Cristo y de su obra en contraste con los ritos de la Ley.
Israel ya era un pueblo redimido por sangre y con poder, Éxodo capítulos 12; 15), pero el problema de contaminación era continuo y la necesidad de purificación era constante. Nosotros hemos sido limpiados eternamente por medio de la sangre de Cristo (1 Pedro 1:19; 1 Juan 1:7) pero el agua rociada nos habla de la provisión que Dios nos ha dado en su Palabra (Ver Juan 13:10; 15:3; Efesios 5:25-27). Necesitamos aplicar la Palabra de Dios a nuestras vidas para erradicar aquello que es inmundo. “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra”, Salmo 119:9.
Veamos los requisitos del animal ofrecido (Números 19:2). Tenía que ser:
- una vaca (novilla, o becerra);
- alazana (roja);
- perfecta (sin defecto); y
- en la cual nunca había sido puesto yugo.

Primeramente, el animal designado para este ritual era una vaca. La mención de animales femeninos en relación a Cristo y a las ofrendas que lo tipifican, llama mucho la atención. Nos ilustra cómo Jesucristo hombre (1 Timoteo 2:5) despliega también las virtudes destacadas de la feminidad, como son: la hermosura (Salmo 45:2); la sujeción (Efesios 5:22; 1 Pedro 3:5), el cuidado maternal (Mateo 23:37; y dependencia (Juan 5:19).
Esta vaca también tenía que ser alazana, un color rojizo muy parecido al de la canela”. Algunos ven aquí una alusión a la sangre de Cristo, pero nos parece mejor pensar en su humanidad. “Adán”, el nombre de nuestro primer padre es también uno de los vocablos hebreos que el Antiguo Testamento utiliza para “hombre”, y su significado se relaciona con “rojizo”, haciéndonos pensar en la tierra de la cual fue formado. Cristo es el postrer Adán, escribió Pablo, en 1 Corintios 15:45. El eterno Hijo de Dios tuvo que hacerse hombre para poder morir y así proveer solución al problema del pecado. Dios fue manifestado en carne (1 Timoteo 3:16; ver también Filipenses 2:7-8; Hebreos 2:14).
Otro requisito era que la vaca tenía que ser perfecta. Sería un animal hermoso como el que escogió Abel para su ofrenda (Génesis 4:2); sin defecto como el que se ofreció en la Pascua (Éxodo 12:5) y como el que servía para el holocausto (Levítico 1:10); no sería “ciego, perniquebrado, mutilado, verrugoso, sarnoso o roñoso”, como prescribe Levítico 22:22. Así, nuestro Señor: un Santo Ser cuando nació en Belén (Lucas 1:35); era inocente, sin mancha (Hebreos 7:26); no conoció pecado (2 Corintios 5:21); no hizo pecado (1 Pedro 2:22); Él es puro…no hay pecado en Él (1 Juan 3:3,5).
Finalmente, sobre esta vaca nunca había sido puesto yugo. Cristo nunca estuvo sujeto al yugo de la rebelión (Lamentaciones 1:14); o al de la esclavitud del pecado (Romanos 6:16); ni la Ley le fue yugo tampoco (Gálatas 5:1); y nunca entro en yugo desigual con los incrédulos (2 Corintios 6: 14). Su yugo fue devoción y obediencia a su Padre (Juan 5:30), y para Él esto fue algo voluntario, ligero y fácil (Mateo 11:29).
Sin huella de maldad aquí, sin mancha de Adán en Ti,
sin otro igual, Tú solo así. Bendito Cristo, mi Señor.
Sin detenerte ni dudar, en todo tu peregrinar,
Seguiste fiel, sin titubear. Bendito Cristo, mi Señor.
Sin un defecto inmoral, el mundo vil y criminal
odió tu vida terrenal. Bendito Cristo, mi Señor.
Será continuado…