David Alves Jr.
Definen un sacramento como un signo sensible y eficaz mediante el cual se evoca y se manifiesta la gracia divina. El origen de la palabra sacramento nos señala que es un medio por el cual la persona es santificada.
La tradición católica da una lista de siete sacramentos, los cuales son: bautismo, cena del Señor, reconciliación, confirmación, matrimonio, unción de los enfermos y orden sacerdotal.
La Biblia no utiliza el término sacramento, no enseña que estas ordenanzas santifican a uno y no menciona algunas de estas cosas que están en la lista.
Dios describe símbolos, pero no sacramentos. Las Escrituras hablan de símbolos que representan grandes verdades, más no nos purifican o santifican. Uno ya tiene que haber sido santificado para participar de estos símbolos.
Los símbolos que la Biblia sí menciona son: el bautismo (Mt. 28:19); en el contexto de la iglesia, la cabeza cubierta de la mujer y la cabeza descubierta del varón; y en la cena del Señor, el pan y la copa (1 Co. 11).
Al detallar el bautismo, el catolicismo establece que el bautismo es la iniciación del cristianismo en la vida de una persona. La Biblia enseña que la fe en Cristo es lo que da inicio a la vida cristiana. En el catolicismo se enseña que el bautismo debe ser efectuado en la infancia para remover el pecado original. Romanos 6 nos da la doctrina del bautismo. Queda claro que el bautismo es para personas que han creído en Cristo, y que por lo tanto, han muerto al pecado y han comenzado una nueva vida. La sangre de Cristo es lo que limpia el pecado (1 Jn. 1:7), mas el pecado original será tratado hasta el arrebatamiento de la iglesia.
La fe católica le da mucho énfasis al hecho de que la cena del Señor es para conmemorar lo que se conoce como la última cena que Cristo tuvo con su apóstoles. Pablo enseña que la cena del Señor es para hacer memoria de la muerte de Cristo, no de la última cena (1 Co. 11:24-26).
El tercer sacramento, según los católicos, es la reconciliación o lo que mejor se conoce como la confesión. Esto es cuando una persona recibe liberación de sus pecados cuando se confiesan a un sacerdote quien otorga el perdón buscado. La Biblia enseña que la confesión de pecados debe ser hecha directamente a Dios y que él es el único quien nos puede perdonar nuestros pecados (1 Jn. 1:9).
Después viene la confirmación. Es un evento muy importante en dicha religión, porque se renuevan las promesas bautismales y se manifiesta el deseo de perseverar en las doctrinas y actividades de su comunidad religiosa. No hay ninguna mención de este tipo de evento en las Escrituras. La confirmación de la que sí habla la Biblia, es la que se lleva a cabo en nuestros corazones continuamente al afirmar nuestra fe por medio de enseñanza de la palabra (Hch. 14:22; 15:41).
El matrimonio no es un sacramento, sino más bien, una institución establecida por Dios. Aunque en el matrimonio, sí es cierto que dos personas se apartan o santifican a sí mismos para unirse a otra persona. Dicho sea de paso, la iglesia no casa a nadie, es Dios el que une al hombre y a la mujer en matrimonio, a través de las autoridades terrenales. El matrimonio, según Efesios 5, es un símbolo de la unión entre Cristo y la iglesia.
En el sexto sacramento, el de la unción de los enfermos, se estipula que es para los enfermos o discapacitados que son visitados por el sacerdote, ya que no pueden asistir para participar de la Eucarestía. No existe tal cláusula en la Biblia. Los pasajes anteriormente mencionados, hacen claro que los símbolos del pan y de la copa, son para los que están presentes.
El último sacramento, el orden sacerdotal, es cuando un varón se entrega a la religión para servir como sacerdote. Dios claramente enseña en su palabra que sacerdotes somos todos, hombres y mujeres, que hemos creído en Cristo (1 Pe. 2:5, 9). No es algo reservado para una cierta clase de personas, como lo eran con los levitas bajo el antiguo pacto.
Leamos la Biblia para estar seguros de que lo que creemos y practicamos realmente sea de acuerdo a lo que dice Dios en su palabra. Cristo nos invita a que escudriñemos las Escrituras (Jn. 5:39). Siempre recuerde que la palabra de Dios está por encima de cualquier dogma, tradición o documento escrito por el hombre.