Vida Cristiana

Expectantes de Este Lado de la Eternidad

David Alves Jr.

Para entonces habremos llegado a casa.

Llevábamos años buscándola pacientemente. Habíamos sido como peregrinos y extranjeros donde estábamos. Pero por fin arribamos a la ciudad cuyo arquitecto y constructor es el Todopoderoso. Conoceremos las increíbles mansiones que el Varón de las manos heridas nos había ido a preparar.

Para eso, el Esposo ya habrá bajado a recoger a su esposa. Hermosa, no porque había algo atractivo en ella, sino porque él mismo la purificó, vistió y adornó. Se la llevará a ese lugar inimaginable para nunca jamás separarse de él.

Tendrán que ser nuevos cielos y tierra nueva a donde él nos lleve. El planeta perfecto que el Creador nos había dado, nosotros la dañamos y herimos con nuestras impurezas, al grado de que gemía y sufría como sufre la mujer en parto. Después de destruir este globo, nos trasladará a una creación completamente regenerada.

Antes de ir, se nos había dicho lo que no había allá. No porque carecía de cosas grandiosas. Todo lo contrario. Se nos dijo más sobre lo que no habrá, porque no éramos capaces de entender lo que sí había. Aún el apóstol, quien fue hasta el tercer cielo, no pudo encontrar las palabras en ningún idioma para describir cómo es ese santo lugar.

Encontramos que allá no hay mejillas humedecidas por lágrimas. Jamás se escucha el sonido de un llanto. El Buen Pastor habrá enjugado nuestras lágrimas. Toda ansiedad y depresión habrán desaparecido cuando hayamos sentido la ternura del que fue el Varón de dolores en nuestra vida pasada.

En este bendito lugar, no podremos ubicar un cementerio, porque la Vida nos habrá vestido de inmortalidad. Nunca volveremos a despedirnos de un ser querido al pie de su cama en un hospital o mirando su ataúd al ser bajado a la tierra.

Tampoco existen los hospitales, porque nuestros cuerpos carecerán de toda corrupción. Contrario a este mundo, en este país no hay enfermos ni dolientes. Aquí es donde los ciegos ven; donde los sordos oyen; donde los incapacitados mentalmente reciben plena lucidez por primera vez.

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Foto por Kevin Wolf en http://www.unsplash.com

Nos asombra el hecho de que no encontramos pecado ni pecadores. Lo que nos hacía decepcionar al Señor en ocasiones o lo que hacían otros para dañarnos acá, no tendrá cabida allá. Los millones de habitantes de esta ciudad, serán transformados para asemejarse al perfecto cuerpo de la gloria del que recibirá toda la alabanza, del que será el enfoque de todos.

Esperábamos ver el templo más impresionante, pero nos sorprendemos con el hecho de que no hay. Pero después nos damos cuenta que no hay templo, porque no necesitaremos uno. La Gloria de Israel será nuestro templo. Adoraremos arropados y cubiertos por aquél que estaba en la nube de día y en la columna de fuego de noche durante aquella travesía por el desierto.

La enorme estrella de nuestra galaxia que nos proveía calor e iluminación no será necesitada en nuestra nueva morada. La fuente de luz de allá será el que su rostro resplandeció como el sol sobre un monte alto visto por dos profetas y tres apóstoles. El mismo que iluminó esta tierra sumergida en tinieblas en el primer día, antes de que se creara el sol en el cuarto día, será el que haga brillar todo rincón de aquél espléndido lugar.

Añoramos llegar allá, no solo por cómo es, pero también por los que están allá. Conoceremos a grandes mujeres piadosas, a los patriarcas, a los salmistas, a los profetas, a los apóstoles y a los mártires. Veremos a aquellos a quienes admirábamos, pero también a aquellos a quienes extrañábamos. Tenemos allá hermanos, abuelos, hijos, padres, amigos cercanos. No nos imaginamos lo que será reunirnos con ellos otra vez para nunca más despedirnos.

Lo que sobrepasa a todo lo que experimentaremos allá, es que veremos a Dios. Estaremos en la presencia misma del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¿Se ha preguntado lo que será ver por primera vez al que es a la misma vez el Cordero y el León de la tribu de Judá? Lo miraremos en toda su gloria, y a la misma vez, con las heridas profundas del Gólgota. Conoceremos al que lo dio todo por nosotros. Nos estremecerá su tierna mirada. Escucharemos aquella voz de cuyos labios se derrama la gracia.

Diremos junto con la reina del Sur: “ni aun se me dijo la mitad”.

Al mirarle, toda duda, preocupación y dolor desaparecerán. Todo anhelo será logrado y toda satisfacción será alcanzada.

Llegaremos para ver lo que jamás se ha visto; escuchar lo que jamás se había oído; y donde hay lo que ningún corazón de hombre había imaginado.

Querido compañero viajero; muy pronto, muy pronto, estaremos allá.

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