David Alves Jr.
Los que no conocen a Dios endurecen su corazón. Eso fue lo que hicieron hombres perversos y paganos como Faraón (Éx. 8:15); Sehón rey de Hesbón (Dt. 2:30); Nabucodonosor (Dn. 5:20) y algunas personas en Efeso (Hch. 19:9). Realmente cualquier persona que no ha confesado a Cristo como su Salvador, vive con un corazón permanentemente endurecido, dejándole muy vulnerable al justo juicio de Dios (Rom. 2:5).
Eso no nos extraña tanto porque entendemos que el corazón de la persona sin Dios tiende a hacer esto. Nosotros mismos lo hicimos antes de que ablandáramos nuestros corazones para recibir a Cristo como nuestro Salvador y Señor. Lo que antes éramos nos llevaba a oponernos a todo lo que estaba relacionado con nuestro Creador.
Pero lo que sí nos debe extrañar es que, según la palabra de Dios, aún endurecemos nuestros corazones como creyentes. Ya no de la misma manera en la que lo hacíamos antes, pero aún así lo seguimos endureciendo. Podemos llegar a tener corazones comunes al tenerlos iguales que aquellos que no conocen a Cristo como su Salvador.
Israel como nación endureció su corazón, a pesar de que era el pueblo de Dios (Sal. 95:8). En los días del profeta Ezequiel, Dios se lamentó que todos habían obstinado su corazón (Ez. 3:7). Moisés les tuvo que permitir la carta de divorcio por causa de su endurecimiento (Mt. 19:18).
Nosotros como cristianos ya no endurecemos nuestros corazones en relación a nuestra salvación. Pero sí es posible que endurezcamos nuestro corazón en cuanto a la falta de ayuda brindada a personas que están verdaderamente necesitadas. Dios le pidió a Israel: “no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano contra tu hermano pobre” (Dt. 15:7). La misericordia y el amor de Dios deberían derretir nuestros corazones duros que no ven la necesidad de otros, o que lo ven, pero que no tienen la intención de socorrer a tales personas. Según Juan, el amor de Dios no puede morar en alguien que cierra su corazón hacia alguien en necesidad (1 Jn. 3:17).
Los discípulos de Jesús endurecieron sus corazones. Leemos de esto ocurriendo en tres ocasiones (Mr. 6:52; 8:17; 16:14).
Primeramente, endurecieron sus corazones porque no entendieron el significado del poder de Cristo al multiplicar los panes para miles de personas. Después de hacer ese milagro, hizo otros dos milagros muy impresionantes al calmar una tempestad que azotaba a los discípulos y al caminar sobre las aguas. Por lo que leemos en Marcos, pareciera que hizo estos dos milagros para que entendieran el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces.

Nosotros podemos actuar de la misma manera. Hay muchas ocaciones en las que Dios obra milagrosamente en nuestras vidas y nosotros ni nos damos cuenta. Muchas veces quizás sí nos damos cuenta, pero no captamos lo que nos está tratando de comunicar en cuanto a su amor, poder y gloria. Las pruebas nos enseñan lecciones muy valiosas, pero los milagros que Dios, también nos deben enseñar mucho acerca de él. Sus obras poderosas deberían ayudarnos a confiar más en él y a entregarnos más a él.
En segundo lugar, los discípulos endurecieron sus corazones al no entender las palabras de Cristo. El Señor les había pedido que tuviesen mucho cuidado con la levadura de los fariseos y la de Herodes. Ellos pensaron que les hablaba de pan, cuando realmente se refería a las falsas enseñanzas de estas personas. Cristo les tuvo que preguntar: “¿Qué discutís, porque no tenéis pan? ¿No entendéis ni comprendéis? ¿Aún tenéis endurecido vuestro corazón?”
Al analizarnos, tendríamos que concluir que nosotros también endurecemos nuestros corazones y no entendemos las palabras del Señor. La Biblia está saturada de promesas, consuelos y exhortaciones para ayudarnos en cada aspecto de nuestras vidas, pero muchas veces no entendemos lo que el Señor nos está tratando de decir. Por eso es muy importante orar antes de leer. Debemos postrarnos ante Dios y suplicarnos que él nos ayude a entender su palabra para poder entender lo que él quiere ver en nosotros.
En tercer lugar, el Señor sintió la decepción de que sus apóstoles endurecieran sus corazones al no creer en sus palabras. No le creyeron cuando él les había anticipado que él moriría y resucitaría.
Suena muy feo lo que hicieron los discípulos, pero no seamos prontos para juzgarles y recriminarles, porque nosotros hacemos exactamente lo mismo. ¿Cuántas veces el Señor nos dice que podemos confiar en su ilimitado poder pero dudamos de él? ¿En cuántas ocaciones nuestro Dios nos muestra cual es la mejor opción para alguna decisión que vamos a tomar y al final hacemos todo lo contrario? Lo mejor para nosotros es leer la Biblia y creer de todo corazón cada una de las cosas que nos dice.
No endurezcamos nuestros corazones a nuestros prójimos en necesidad ni a lo que Dios nos dice. Nada beneficioso resultará en hacer esto. Ocurrirá todo lo contrario. Job preguntó: ¿Quién se endureció contra él, y le fue bien?” (Job 9:4). El que sí lo hace cae en el mal (Pr. 28:14). Si queremos ver el bien, ablandemos nuestro corazón a lo que Dios no dice y a lo que él nos demuestra. No tengamos corazones comunes como los del mundo, sino corazones que alaben siempre a Dios.