David Alves Jr.
Hay distintos motivos por los cuáles cristianos por todo el mundo pasan sus días acostados en una cama. Para algunos, es una severa artritis; para otros, es una parálisis. Hay un sin fin de razones por las que muchos viven en la monotonía de lidiar con lo mismo de siempre. Sus cuerpos quebrantados posicionados siempre de la misma manera, con sus cabezas sobre la misma almohada y con su mirada hacia el mismo techo de siempre. Si usted se encuentra en esta condición, tiene toda nuestra admiración y simpatía.
De todo corazón, deseo que alguien le lea o le muestre este escrito y que estas palabras le fortalezcan su espíritu atribulado. Si usted está en cama por alguna enfermedad, lo más probable es que su experiencia sea la misma que la del salmista quien regaba e inundaba con lágrimas su cama (Sal. 6:6). Quizás vive afligido preguntándose: “¿Por qué Dios permitió esto en mi vida?” “¿Cuándo quitará Dios mi enfermedad para poder levantarme?” “¿Cuándo vendrá el Señor por mí?” “¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que el Señor me lleve a su presencia para poder descansar?”
Estas palabras son para asegurarle de algo que espero le llame la atención. En esa habitación en la que permanece todos los días acostado, usted puede adorar a Dios. Ya lo ha hecho. Todas las veces que desde esa cama usted ha hecho algo que es agradable a su Padre, usted le ha adorado. Quizás le sorprenda o se le haga extraño cuando le diga que la Biblia habla de la adoración que es elevada a Dios desde la cama.
En 1 Reyes 1:47 leemos acerca de David: “el rey adoró en la cama”. Había llegado al final de su vida y postrado en cama había recibido noticias perturbadoras en cuanto al liderazgo que le sucedería. Después de que se resolvió la situación de una forma favorable, David adoró a Dios, y le dijo: “Bendito sea Jehová Dios de Israel”. Esta también puede ser la experiencia de todos los hijos de Dios que permanecen en las camas de un hospital, ancianato o de un hogar. Usted puede adorar a Dios en la difícil situación en la que se encuentra de las siguientes maneras.
Confíe en Dios
La fe que usted tiene en Dios, es algo que a él le agrada mucho. Leemos en Hebreos 11:6, “sin fe es imposible agradar a Dios”. Crea de todo corazón que Dios puede revertir sus circunstancias o confíe que Dios no se ha equivocado con lo que él está permitiendo en su vida. Descanse en la soberana voluntad de Dios que siempre obra para nuestro bien (Rom. 8:28) y para su honra y gloria (Ef. 1:12). Haga lo opuesto a lo que hizo el rey Asa, quien en su enfermedad no confió en Dios, sino que puso su fe en sus médicos (2 Cr. 16:12). Usted puede adorarle al poner toda su fe en el Dios que le sustentará en su “lecho del dolor” (Sal. 41:3).
Ore a Dios
Quizás ya no puede reunirse con los hermanos o salir a visitar a los que están desanimados, pero en su cama sí puede orar por otros. Los que sí podemos estar activamente sirviendo a Dios, no lo podríamos hacer sin la ayuda del Señor y sin las oraciones de personas como usted. Haga de su cama un santuario en el cual pase tiempo intercediendo por los demás. Probablemente tenga pocos con quienes hablar, pero con Dios puede pasar horas hablando. Adórele al hablarle de su grandeza y santidad; de la obra maravillosa de su Hijo para la salvación; y pidiendo por otros. Exalte a Dios orándole. “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; No dejará para siempre caído al justo” (Sal. 55:22).
Dele gracias a Dios
Al estar acostado en cama, usted puede meditar en su corazón, como se le dijo a David que él hiciera (Sal. 4:4). Es posible que su enfermedad no le permite poder hablar, pero gracias a Dios que aún tiene su mente lúcida, la cual le permite aún reflexionar. Al meditar, puede darle gracias a Dios por el pasado, el presente y el futuro. Al considerar todo eso, seguramente puede hacer lo que manda Pablo en 1 Tesalonicenses 5:18, “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. Al ver el pasado, aunque hay lágrimas y dolor, sin duda alguna, podrá trazar la mano del Señor con usted estando a su lado siempre. Al considerar su presente, por más deprimente que sea, dele gracias a Dios porque tiene a quienes le cuidan y que desde su cama puede compartir el evangelio a otros. En cuanto al futuro, puede darle gracias a Dios que muy pronto sus lágrimas serás enjugadas (Ap. 21:4); su cuerpo de humillación será transformado para ser como el cuerpo glorioso de nuestro Amado (Fil. 3:21); y que verá cara a cara a quien amó por tanto tiempo sin jamás haberle visto (1 Pe. 1:8; 1 Jn. 3:2). Dándole gracias a Dios por todo es una muy buena forma de adorarle.
Cántele a Dios
Es probable que ya no tiene la fuerza para tomar un himnario en sus manos y que su vista ya no le permite leerlo; pero recuerde los hermosos cantos que se aprendió y cántelos. Esto es algo que también eleva adoración a Dios. En el Salmo 149 se describen distintas formas en las que le podemos alabarle. Dice en el versículo cinco: “Regocíjense los santos por su gloria, y canten aun sobre sus camas”. Esto mismo lo hacía David. Él le dijo a Dios: “Y con labios de júbilo te alabará mi boca, cuando me acuerde de ti en mi lecho” (Sal. 63:5, 6). Imagínese el placer que le trae al corazón de Dios al escucharle cantar en su lecho de enfermedad:
Señor mi Dios, al contemplar los cielos,
el firmamento y las estrellas mil,
al oír tu voz en los potentes truenos,
y ver brillar el sol en su cenit,
Mi corazón entona la canción:
“¡Cuán grande es él, cuán grande es él!”
Mi corazón entona la canción:
“¡Cuán grande es él, cuán grande es él!”
Medite en la Palabra de Dios
Al estar acostado en su cama piense en las Escrituras. Sature su mente de textos que pueda recordar. Sumérjase en el vasto océano del amor de Dios en Juan 3:16. Póngase como oveja a un lado del Buen Pastor del Salmo 23 que nos pastorea a los pastos delicados y en el valle de sombra de muerte. Abrace fuertemente la bendita promesa hecha en Josué 1 donde dice: “No te desampararé, ni te dejaré”.
Uno de mis autores favorites sobre la persona de nuestro Señor, C.A. Coates, escribió mucho al estar postrado en cama enfermo. Medite en la Palabra o pídale que alguien se la lea de día y de noche. Meditando en ella le dará la fuerza y el consuelo necesario, pero también le llenará su corazón de pensamientos que sean de adoración a Dios. No olvide que aunque su cuerpo se va desgastando, el interior se renueva día en día (2 Co. 4:16).
Apreciado hermana o hermano postrado en cama, nuestro Dios le ayude a adorarle siempre. Muy pronto estas nubes oscuras de angustia serán removidas y usted verá al que salvó su alma y será “como el resplandor del sol en una mañana sin nubes” (2 Sam. 23:4). Recuerde que pronto estará en el país donde no hay camas porque allá no hay llanto, clamor, ni dolor (Ap. 21:4). El que nunca le dejó, aún en esa cama donde estaba, le recibirá y le dirá: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor.” Para entonces, tendrá un cuerpo fuerte y sano, con el cual adorará a Dios y al Cordero por todas las edades.