David Alves Jr.
Números 30
La ley de Dios sobre los votos hechos a él, señalaba enfáticamente que la persona que había hecho juramento, ligaba su alma con obligación, no debía quebrantar su palabra y tenía que cumplir con todo lo que había dicho. En ambos testamentos, Dios categoriza la falta de compromiso en un voto como pecado. Como seres humanos, tendemos a no cumplir lo que nos hemos propuesto y le fallamos a Dios en las cosas que podemos llegar a decir.
En estas leyes sobre el cumplimiento de los votos, podemos apreciar algo de las palabras de nuestro Señor y de su incansable deseo en cumplir la palabra de su Padre. Él nunca se contradijo, nunca se deslindó de una responsabilidad que tenía hacia algo que había dicho y nunca se desvió en su perfecta obediencia a la voluntad de su Padre.
En sus palabras encontramos verdad. ¿Cuántas veces el Señor antes de decir algo, decía: “En verdad, en verdad”? Los hombres reconocían que él enseñaba el camino de Dios con verdad (Mt. 22:16). Él jamás fue como aquellos que hacían voto a Dios, pero no cumplían. Jamás engañó a alguna persona con algo que les había dicho. Isaías había predicho que no se hallaría engaño en su boca (Isa. 53:9). Sus palabras eran como todo su ser- puras y perfectas.
En sus palabras encontramos congruencia. Lo que él decía, siempre fue llevado a la practica. Era imposible que alguien le señalara de no cumplir lo que había dicho. Por eso se admiraban de su enseñanza, porque hablaba con autoridad y no era como los escribas (Mt. 7:28, 29). Ellos hablaban mucho, pero no eran congruentes. Lucas le escribió a Teófilo sobre “todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar” (Hch. 1:1). Había un sincronización perfecta entre su boca y su manera de vivir.

En sus palabras encontramos gracia. Los hombres se maravillaban de las palabras de gracia que salían de su boca (Lc. 4:22). Nunca habló algo fuera de lugar o indebido. La gracia se derramaba de sus labios (Sal. 45:2). Entre más perversa la persona con la que se encontraba, más gracia procedía de su boca con las hermosas palabras que les decía.
En sus palabras encontramos dependencia. En su firme propósito de cumplir todo lo que Dios había dicho de él en su palabra, Cristo afirmaba hablar exactamente lo que el Padre le revelaba. “El que Dios envió, las palabras de Dios habla” (Jn. 3:34). “Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras” (Jn. 14:10). Aún en su muerte de gran aflicción, el Señor mostró obediencia en su compromiso a la palabra de su Padre al cumplirla. Hizo y dijo todo lo que las Escrituras profetizaban acerca de él. No habló para defenderse de los que le acusaban. Solo habló para mostrar su sujeción a los dichos de su Padre.
Le damos gracias a Dios por aquél que no se desligó del juramento de su palabra y por el que no quebrantó sus dichos; sino que siempre hizo conforme a lo que había salido de su boca.