Cristo en toda la Biblia

Nuestra Ciudad de Refugio

David Alves Jr.

Números 35:9-34

Cuando Israel había cruzado el río Jordán para entrar a Canaán, debían de escoger seis ciudades para que se refugiaran las personas que mataban a alguien sin intención. Estas seis ciudades eran de las cuarenta y ocho que habían sido donadas a los Levitas (Nm. 35:6). 

Las personas que le quitaban a alguien la vida sin dolo, podían ir a una de esas ciudades, para huir del vengador. Si el vengador los encontraba fuera de alguna ciudad de refugio, tenían el derecho de quitarle la vida. La ciudad de refugio les salvaba la vida. 

Las seis ciudades de refugio, estaban estratégicamente ubicadas, para que estuvieran al alcance de todos. Tres de ellas, estaban al otro lado del Jordán; y tres de ellas, en la tierra de Canaán. En Deuteronomio 19, leemos que los Israelitas construyeron caminos a cada una de las ciudades para que se les facilitar llegar. 

Los nombres de las seis ciudades, según Josué 20, eran los siguientes: “Cedes en Galilea, en la región montañosa de Neftalí”; “Siquem en la región montañosa de Efraín”, “Quiriat Arba, es decir, Hebrón, en la región montañosa de Judá”; “más allá del Jordán, al oriente de Jericó, designaron a Beser en el desierto, en la llanura de la tribu de Rubén, a Ramot en Galaad, de la tribu de Gad, y a Golán en Basán, de la tribu de Manasés”. 

Las ciudades de refugio y su tipología | literaturabautista.com
Imagen tomada de http://www.literaturabautista.com

El Señor Jesús es nuestra ciudad de refugio. Él es nuestro “Refugio, para el tiempo de angustia” (Sal. 9:9). 

Él refugia a los que están en una tormenta por causa de ceder a la tentación. Las ciudades de refugio era únicamente para los que habían matado a alguien sin premeditación. Aunque nuestro pecado le ofende al Señor, él está dispuesto a recibir a los que hayan pecado con o sin intención, para limpiarles y perdonarles.

También es de gran refugio para los que están en una tormenta por las pruebas y dificultes que Dios permite en nuestras vidas. A veces sentimos que son como olas que nos azotan una tras otra, por la continuidad de los sufrimientos que vienen a nuestras vidas. Es como lo que dijo el salmista: “Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí” (Sal. 42:7). Él es nuestro amparo y nuestro refugio en el día de nuestra angustia (Sal. 59:16). 

Él tuvo que sufrir la tormenta de la cruz, para protegernos a nosotros de las tormentas, por causa del pecado, y por causa de las cosas que Dios permite en nuestras vidas. Gracias a Cristo, por el refugio que él nos brinda del lago de fuego. Por haber sufrido la ira de Dios por nuestros pecados, jamás tendremos que sufrir el castigo de Dios en la condenación. Israel no aceptó el refugio de Cristo, “como la gallina que junta a sus pollitos debajo de sus alas” (Mt. 23:37), pero nosotros sí hemos aceptado su eterno refugio. 

El hecho de que las ciudades de refugio estaban repartidas por toda la tierra de Canaán, habla de la cercanía que hay entre nosotros y el Señor, para poder refugiarnos en él. El hecho de que habían caminos a cada una de las ciudades, habla de lo accesible que es Cristo nuestro Refugio. Con clamar: “¡Señor! O con tomar nuestras Biblias, ya estamos en nuestro Refugio. Siempre tenemos libre acceso ante el trono de la gracia. 

La estadía de las personas en las ciudades de refugio terminaba cuando moría el sumo sacerdote. “Nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Sal. 46:1) es para siempre, porque nuestro Sumo Sacerdote nunca muere. Él vive en el cielo “en el poder de una vida indestructible” (Heb. 7:16). 

Adoremos a Dios por el refugio que él nos ha dado en su Hijo y valoremos más lo que él tuvo que sufrir para hacer esto posible. 

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