David Alves Jr.
Deuteronomio 1:10, 11
Moisés recordó la ocasión en la que se vio abrumado por lo numeroso que era Israel y por todo el estrés que eso le implicaba. Se consideró incapaz de poder guiar a un pueblo tan grande. Él dijo: “Dios os ha multiplicado, y he aquí hoy vosotros sois como las estrellas del cielo en multitud”. Lo que causó gran desánimo a Moisés, es una clara muestra de la fidelidad y del poder de Dios; y nos lleva a pensar en el Salvador del mundo.
Abraham y Sara eran de edad avanzada y ella era estéril, cuando Dios les dijo que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas del cielo (Gn. 15:5; 22:17; 26:4). Lo mismo le prometió a los otros patriarcas (Éx. 32:13). Ciertamente era difícil, humanamente hablando, pensar que de una pareja en esas condiciones, saliera un linaje tan numeroso. Pero en el cielo hay un Dios que todo lo puede.
Esta multiplicación de Israel como las estrellas del cielo, en parte se cumplió en los días de Moisés. Israel llegó a ser una nación muy numerosa en esa época. Moisés también exclamó: “¡Jehová Dios de vuestros padres os haga mil veces más de lo que ahora sois, y os bendiga, como os ha prometido!” Esto se cumpliría en aquellos tiempos, pero también en nuestros días. Dios nos enseña que “los que son de fe, éstos son hijos de Abraham” (Gál. 3:7). De los lomos del padre de la fe, han nacido millones de Israelitas, pero se ha hecho de aún más hijos espirituales, a través de todos aquellos que han creído en Cristo Jesús.

Nadie sino solo Dios podía hacer que de una pareja en el ocaso de sus vidas y que no podían tener hijos, se hallase un linaje como el número de las estrellas en el cielo. Dios lo prometió y lo cumplió porque él es fiel y porque él es poderoso. Pero nada de esto fue por Abraham o por Sara. Todo esto ha sido posible por Dios, pero también por la obra suprema de nuestro Señor. Él tuvo que encarnarse, sufrir humillaciones, llevar el castigo de nuestra paz y resucitar, para que hubiese un pueblo para Dios tan numeroso como las estrellas del cielo.
Por unos 6,000 años, Dios lleva salvando personas, gracias a la obra de su Hijo. Los que vivieron antes de que Cristo viniera, se beneficiaron de la obra del Hijo de Dios, de la misma manera en la que nosotros lo hemos hecho, aún cuando nosotros vivimos después de su venida. No hay pecador sobre esta tierra que ha sido salvado de sus pecados, por algún medio a parte de lo que Jesús hizo en la cruz. Si no fuera por sus méritos, no habría un pueblo tan grande para la gloria de Dios.
En Hebreos 2:10 leemos: “Convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.” Miles de millones de personas han sido bienvenidos al pueblo del Señor como hijos suyos por medio de lo realizado por su Hijo. Él merece recibir toda honra y gloria, porque ciertamente su obra no fue en vano. Lo que él hizo a favor de la humanidad, ha bendecido a una infinidad de personas, tan numerosos como las estrellas.