David R. Alves
Israel acampó, por fin, en los campos de Moab. Ya se divisaba al otro lado del Jordán la Tierra Prometida.
“Once jornadas hay desde Horeb, camino del monte Seir, hasta Cades-barnea”, Dt. 1:2. Este versículo quiere decir que el pueblo de Israel debería haber transitado el camino desde el Monte de Sinaí hasta el lindero sur de la Tierra Prometida, una distancia de unos 264 kilómetros, en menos de dos semanas, avanzando 24 kilómetros por día.
Más que un dato geográfico, el versículo es un trágico recordatorio de los cuarenta años, Dt. 1:7, desperdiciados en el desierto, además de más de los seiscientos mil guerreros cuyos cuerpos sepultaron en el camino. Todo esto por la incredulidad y rebelión de la nación.
Sobresalen dos versículos en cuanto a la relación tan estrecha de Israel con Dios, y el éxodo de Egipto:
- “Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito”, Éx. 4:22.
- “Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo”, Os. 11:1.
Sin embargo, Dios tiene un Hijo que también viajó de Egipto a Canaán, pero sin jamás serle rebelde o desobediente. Nos referimos, obviamente, al Señor Jesucristo.
El Espíritu Santo tomó la segunda frase de Os. 11:1 para referirse a Cristo. El contexto es la matanza de ordenada por Herodes en Belén. Dice Mt. 2:14-15 que José “tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, y estuvo allá hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta, cuando dijo: De Egipto llamé a mi Hijo.”
¿Qué habrá pensado este Hijo, aunque niño aún, al ir de Egipto a Canaán? ¿Habrá visto la peña que fue golpeada? ¿Llegó a Mara? ¿Caminó por el desierto de Sin pensando en el maná? ¿Pasó por el lugar en dónde fue levantada la serpiente de bronce? ¿Y qué de Cades-barnea? Todos estos escenarios, ¡y otros más en el camino!, fueron lugares en los que Israel murmuró contra Dios. Cristo no, ¡jamás! Vio en cada historia una figura de su obediencia hasta la muerte.
No sabemos cuánto tiempo estuvo el niño Jesús en Egipto, ni cuánto duró el viaje de regreso. Sí sabemos que nunca fue rebelde a su Padre. No desperdició un día en su peregrinaje terrenal. “Mañana tras mañana”, Isa. 50:4, despertaba para disfrutar comunión con su Padre. “De día y de noche”, Sal. 1:2, meditaba en las Escrituras. No fue rebelde, ni se volvió atrás, Isa. 50:5. Él mismo dijo: “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”, Jn. 5:30.
Unos treinta años después de regresar de Egipto, nuestro Señor descendió al Jordán para ser bautizado por Juan el Bautista. Fue allí donde se oyó la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”, Mt. 3:17.
