David Alves Jr.
“Esta es la manera de la remisión: perdonará a su deudor…” Dt. 15:2
Cuando una persona en Israel le hacía un empréstito o préstamo a alguien, al séptimo año debía hacerle remisión. ¡La deuda quedaba perdonada! ¡Completamente cancelada! Después de perdonarle, ya no podía exigirle pagar el préstamo, a menos de que fuera un extranjero.
Debían prestar el dinero y perdonar la deuda para ayudar a que no hubieran personas hundidas en la miseria. A la hora de que se le pidiera un préstamo, debían acceder, ya que Dios les había bendecido abundadantemente.
En este capítulo 15 de Deuteronomio, la persona de Cristo fluye constantemente en su contenido. En los v.1-11 lo veremos perdonándonos la deuda de nuestros pecados. En los v.12-18 es el siervo perfecto de Jehová que se sujetó a él siempre, aún al ir a la cruz. En los v.19-23 Jesús es el sacrificio del de macho primogénito, ofrecido en holocausto, que tenía que ser sin defecto. En esta ocasión nos enfocaremos en la primera sección y meditaremos en Cristo como el que pagó nuestra deuda para el perdón de nuestros pecados.
Nuestro pecado era como una gran deuda que teníamos delante de Dios. Las consecuencias de no saldar esa cuenta era terribles porque significaría sufrir para siempre en el lago de fuego. Nuestra deuda quedó liquidada únicamente por el pago que hizo Cristo a nuestro favor en la cruz. Él tuvo que derramar su sangre para que nuestras transgresiones fueran perdonadas (Ef. 1:7). En Israel el que hizo el préstamo, solo tenía que perdonar la deuda. Pero en nuestro caso, al que nosotros le debíamos, sufrió para cancelar la cuenta. El Señor sobre la cruz dijo: “Consumado es” (Jn. 19:30). Sobre la cruz pagó los pecados de todas las personas de todos los tiempos.

Cristo es nuestro séptimo año y él ha hecho con nosotros una perfecta remisión de nuestros pecados. Remisión es cuando alguien es librado de la obligación de pagar una deuda. En Hebreos 9:22 aprendemos que “sin derramamiento de sangre no se hace remisión”. Por su sangre somos libres de toda responsabilidad delante de Dios en cuanto a nuestras maldades.
Una vez perdonándole la deuda a alguien al ser el séptimo año, nadie en Israel podía obligar a una persona a pagarle lo que le debía. De una forma parecida a ello, Dios no nos pedirá saldar la deuda que teníamos con él, por la grandeza y perfección del sacrificio de su Hijo. El pago que hizo sobre el madero, ha cancelado completamente la deuda que teníamos con él.
En Israel, las deudas con los israelitas quedaban canceladas, pero no así con los que eran extranjeros. Ellos sí podían exigirles a ellos que liquidaran su deuda. No así con la obra suprema de Cristo Jesús. Su pago a favor del pecado de la humanidad, beneficia a absolutamente todos. No hace distinción de personas. El perdón no es en base a lo que él ve en nosotros, si no en lo que él realizó en el Golgota al padecer por nuestras iniquidades.
Esta ley del perdón de deudas cada siete años que era para evitar que hubiesen mendigos en Israel, nos hace pensar en lo rico que somos por medio de él en un sentido espiritual. Él se empobreció para enriquecernos a nosotros (2 Co. 8:9) y bendecirnos con toda bendición espiritual (Ef. 1:3). Puede que tengamos muy poco en esta vida, pero si tenemos el perdón de nuestros pecados, lo tenemos todo.
Los Israelitas debían de actuar favorablemente hacia los demás por la forma tan benevolente en la que Dios les había tratado a ellos. La enseñanza bíblica es que si Cristo ha sido tan generoso en darnos un amplio perdón por nuestros pecados, nosotros deberíamos perdonar a los demás. Sigamos la instrucción del Señor por medio de Pablo su siervo: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Ef. 4:32).
Demos gracias a Dios por su Hijo por haber pagado nuestra deuda y por darnos el perdón de nuestros pecados.