Cristo en toda la Biblia

El Juicio Más Corrupto

David Alves Jr.

“Vendrás a los sacerdotes levitas, y al juez… y ellos te enseñarán la sentencia del juicio” Dt. 17:9

Las autoridades judías tenían la responsabilidad delante de Dios de juzgar justamente todo caso en Israel. A la hora de juzgar al Justo y al Santo, fallaron terriblemente. Fue un proceso lleno de irregularidades e ilegalidades.

En el 2013 un abogado de Kenia demandó a Israel y a Italia por haberle dado a Jesucristo un juicio ilegal hace 2,000 años. No debió haber hecho tal cosa, porque lo que el Señor padeció en ese juicio tenía que cumplirse. Pero aún así es asombroso considerar el proceso tan nefasto que le dieron a él antes de su muerte en la cruz.

El profeta Isaías había predicho 700 años antes del nacimiento del Mesías que él sería juzgado y encarcelado (Isa. 53:8). A pesar de todo lo que sufriría, el mismo profeta en ese mismo capítulo, anticipó que el Señor durante ese juicio, sería coma una oveja muda mientras era trasquilada y como un cordero mudo al ser llevado al matadero.

Antes de observar el juicio, pensemos en lo que Cristo Jesús habrá sentido cuando hombres enviados por los principales sacerdotes y los ancianos se presentaron al Getsemaní para arrestarle. Lo hicieron con espadas y con palos como si fuera alguien peligroso o como si era alguien que iba a resistirse. Le prendieron como si iba a quererse escapar. No había necesidad de ello porque él entregaría su cuerpo a sus heridores.

Todo indica que el Señor estuvo preso desde que fue arrestado en el huerto hasta que inició su juicio la mañana siguiente. ¿Cómo habrá sido para el eterno Hijo de Dios, quien había venido para dar libertad a los cautivos, encontrarse en una celda? Su juicio se conformó de seis partes. En las primeras tres, compareció ante autoridades judías; y en las últimas tres, fue presentado ante autoridades romanas.

Primero fue llevado con el sumo sacerdote Anás. Él no era el sumo sacerdote en turno. Todo inició con una flagrante injusticia. Lo llevaron ante él porque era el suegro de Caifás, quien sí era el sumo sacerdote de Israel aquél año. La autoridad judía mostró nepotismo, al darle cabida a alguien que no debía estar involucrado, simplemente por ser familiar. Obviamente Anás era el que gobernaba detrás de la escena y era él quien manipulaba a Caifás. Triste pensar que hombres corruptos negociaron en secreto cómo se manejaría el juicio del bendito Hijo de Dios. Durante la interrogación que Anás le hizo a Jesús; a uno de los alguaciles no le pareció lo que dijo Cristo, y le dio una bofetada. Durante su juicio ante Anás, Cristo sabía que Pedro estaba afuera en el patio y que comenzaba a negarle. ¡Qué amargura habrá sentido en su alma! Los suyos le habían abandonado y ahora el que estaba cerca de él le estaba negando.

Anás envió a Cristo atado a su yerno Caifás. Él junto con los principales sacerdotes, ancianos y todo el concilio, intentaron presentar varias personas para que testificaran falsamente en su contra. Por fin, encontraron a dos que pudieran presentar acusaciones creíbles, pero que eran viles mentiras. ¿Cómo se ha sentido usted cuando alguien le acusa falsamente de algo? ¿Qué habrá sido para aquél que es la Verdad ser calumniado de esa manera? Al hacerle preguntas y al escuchar sus respuestas, lo acusó de ser blasfemo. ¿Jesús blasfemando a su Padre? ¡Imposible! Él amaba a su Padre. Esto lo tomaron los presentes como suficiente evidencia de que era un reo que debía morir. Después de dar su dictamen, escupieron su rostro, le abofetearon y le dieron de puñetazos. Le vendaron sus ojos y se burlaron de él como si fuera un falso profeta, y le pidieron que profetizara quién le había golpeado. Él era el mayor de todos los profetas levantados por Dios en Israel (Dt. 18:18). Este Profeta podía haberles dicho, no solo quien le había golpeado, pero también pudo haberles detallado todo acerca de la vida de esa persona. Pero él escogió no hacer nada, sino sufrir en silencio. Estaba poniendo en práctica lo que había predicado. “Cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (Mt. 5:39). Por si no fuera suficiente, aquí fue donde Pedro negó al Señor la tercera vez y cuando se oyó el canto del gallo.

Foto tomada de http://www.raydowning.com

Caifás lo envió con el Sanhedrin que era el consejo supremo de los judíos. Eran hombres que conocían la ley de Dios a la perfección, pero que en su afán de actuar torcidamente, entregaron a Cristo a Pilato, quien era el gobernador.

Irónicamente fue él, un hombre gentil, quien quiso tratar el juicio de Cristo con un cierto grado de justicia. Después de escucharle hablar, llegó a la conclusión que no podía hallar en él un solo delito. ¡Así de puro es nuestro Señor! Pero los líderes de la nación de Israel le presionaban vehemente que tenían que ponerlo a muerte.

Pilato buscó deslindarse de la situación y buscó cualquier excusa para enviarlo con alguien más. Cuando supo que Cristo era galileo, lo envió con Herodes porque era de su jurisdicción. Él le hizo varias preguntas pero Cristo no respondió. Solo le interesaba ver un milagro para ver si era cierto lo que decía la gente de él. Los soldados de Herodes le menospreciaron, escarnecieron y le vistieron con ropa de color púrpura. Lo hicieron para burlarse de él porque decía ser el Rey. No decía serlo, verdaderamente lo era. Cuántas burlas recibió el Señor a lo largo de su juicio. Con razón diría: “La burla ha roto mi corazón”. Herodes envió a Cristo de regreso con Pilato.

El gobernador se vio con la presión de ser el que iba a tomar la última decisión. Podía ver que Israel estaba en contra de Cristo, y le chantajearon al decirle que si no hacía lo que ellos querían, no iba a quedar bien con el Cesar. Pensó que quizás la forma de verle salir libre sería con cumplir con la tradición de soltar a un reo durante la Pascua. Mandaron a traer a un reo con un historial lleno de crímenes llamado Barrabas. Pilato estaba seguro de que escogerían a Cristo para ser soltado. A su sorpresa, la multitud pidió la libertad de Barrabás. No podría describirle la angustia que habrá sentido nuestro Salvador al escuchar la respuesta de la multitud. El perverso quedó libre y el Inocente quedó preso.

Fue durante el juicio de Pilato que le desnudaron frente a cientos de soldados presentes. No nos acostumbremos a leer estas cosas. Piense en lo que habrá sido para él ser desvestido frente a hombres con mentes y bocas perversas. Le pusieron ropas de púrpura, le colocaron una corona de espinas sobre su cabeza, le pusieron una caña en su mano y se postraban ante él para mofarse. Nuestros corazones se conmueven de cada cosa que el Señor padeció. Leemos sobre esto y queremos adorarle y darle todo lo que somos. Pero no terminaron allí. Tomaron la caña y golpearon su cabeza, provocando que las espinas se hundieran en su cien y que su cabeza sintiera los dolores severos de esas contusiones. En algún punto del juicio de Pilato, el Señor fue azotado. La Biblia solo dice: “Tomó Pilato a Jesús, y le azotó” (Jn. 19:1). Jamás podremos comprender lo que esto significó para su cuerpo. Lo único que puedo decirle es que el maltrato fue a tal grado que Cristo podía contar sus huesos (Sal. 22:17).

Pilato presentó a Cristo delante de la multitud para que fueran ellos los que decidieran qué le iba a suceder al Hijo de Dios. El juicio de Cristo aquella mañana terminó con voces resonando en sus oídos: “¡Crucificale! ¡Crucificale!”. Le estaban sentenciado a la peor muerte posible.

Ciertamente fue y por siempre será el juicio más corrupto que jamás se ha llevado a cabo.

No podemos sino en silencio maravillarnos del carácter de Jesús, y de su amor por nosotros, al estar dispuesto a experimentar todo esto por querer morir en nuestro lugar. Toda alabanza sea solamente para él por los siglos de los siglos.

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