David Alves Jr.
Josué 3:1-17
Josué, el siervo de Dios, había hablado de los tres días que tenían que esperar para poder cruzar el río Jordán. Ahora vemos a los oficiales dando instrucciones al cumplirse esos tres días. Josué hablando de tres días, nos hace pensar en Jesús también hablando de tres días. Israel tenía que esperar tres días para ver la victoria de Jehová a través del milagro que estaba apunto de realizar.
Jesucristo habló de los tres días que habrían entre su muerte sobre la cruz y su victoria sobre la muerte al resucitar con gran poder. Él habló de los tres días que estaría en el corazón de la tierra (Mt. 12:40); y de cómo podían destruir su cuerpo, el templo de Dios, pero que en tres días lo podía reedificar (Mr. 14:58). Por lo tanto, vemos cómo en la experiencia de Josué y de Jesús, los tres días representaban el poder y la victoria de Dios.
Los tres días que debían esperar los israelitas para poder cruzar, uno de los propósitos que tenía, era poder permitir que meditaran en lo que iba a suceder y en fijar sus miradas en el arca del pacto que iría por delante de ellos.
Esto debe recordarnos sobre la necesidad que tenemos de prepararnos antes de llegar al partimiento del pan. Dios quiere que nos preparemos espiritual y moralmente. Nosotros también tenemos que fijar nuestra mirada en el Señor para poder llegar preparados con una alabanza, una oración o una lectura. ¿Cuántos de nosotros no participamos, simplemente porque no nos hemos preparado? ¿Cuántos de nosotros participamos, pero lo hacemos sin realmente habernos preparado? Por eso es que repetimos lo mismo en nuestras oraciones, hacemos las mismas lecturas de siempre y pedimos los mismos himnos.
Al estar en la cena del Señor, debemos seguir con nuestra mirada enfocada en el Señor. Comer del pan y beber de la copa, sin estar contemplando a Cristo en nuestra mentes, es solo cumplir con dicho mandato de forma religiosa. Caemos en la rutina de hacer algo por hacerlo, y nos engañamos pensando que esto es agradable al Señor porque estamos cumpliendo con algo que nos pidió hacer. Disfrutemos la presencia de Cristo en nuestras vidas a lo largo de la semana, de tal manera que renovemos todo nuestro ser, y hagamos todo con una devoción genuina y fresca.

Israel tuvo que santificarse para poder pasar por el río. Tuvieron que prepararse moralmente también. La misma encomienda tenemos nosotros. Todos nos empeñamos en hacer memoria de Jesús, pero seamos honestos, ¿cuántos de nosotros nos examinamos antes de llegar a dicha reunión? Nos llama mucho la atención la parte que dice: “Hagan esto en memoria de mí”, pero la realidad es que no nos gusta tanto la parte que dice: “Examínese cada uno a sí mismo”. Llegamos con pecado no confesado al Señor y comemos del pan y bebemos de la copa de manera indigna. En un sentido figurativo, aprovechemos los “tres días” que tenemos, y hagamos los preparativos para participar del partimiento del pan de una manera que sea satisfactoria para el Señor.
El arca de la alianza era el enfoque de los hebreos al atravesar el río. Josué exhortó a todos a mirar el arca donde moraba Dios. Esto se parece mucho a lo que ocurrió 1,400 años después, cuando Jesús iba pasando por el río Jordán, y Juan dijo de él: “Miren el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Juan el Bautista quería que todos lo miraran a él; y él también quiere que nosotros por fe le miremos a él.
Veamos también a Cristo cuando Dios le prometió a Josué que él lo engrandecería delante del pueblo. Le aseguró esto al decirle: “Comenzaré a engrandecerte delante de los ojos de todo Israel”. Al meditar en el Señor, pensamos en su humillación, pero también en su exaltación. “El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo” (Ef. 4:10). El que fue humillado a tal grado que sintió que era un gusano (Sal. 22:6), ha sido “coronado de honra y de gloria” (Heb. 2:9). Por toda la eternidad, nosotros magnificaremos a Jesús, quien ha sido exaltado hasta lo sumo por su Padre.
Concluyamos viendo a Jesús en el cruce en sí del Jordán. Muchas de las bendiciones de Dios para Israel estaban relacionadas con la tierra que él les había dado. Para poder disfrutarlas, necesitaban cruzar milagrosamente el río, y así entrar a Canaán. Josué guiando a Israel al atravesar el Jordán, es figura de Cristo dándonos una nueva vida en la que podemos conquistar con su ayuda, todas las bendiciones que tenemos por su muerte y resurrección. El cruce del Mar Rojo, representa nuestra muerte al pecado y nuestra nueva vida, al haber sido redimidos del pecado, como lo fue Israel de la esclavitud de Egipto. El cruce del Jordán, es el cristiano conquistando todas las bendiciones que están dispuestas para nosotros. Sigamos al que es mayor que Josué, y disfrutemos todo lo que él nos tiene preparado.
Gracias.
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