David Alves Jr.
Josué 5:1-12
Habiendo cruzado el Jordán, hubieron dos cosas que Dios deseó que hiciera su pueblo. Debían circuncidarse y debían celebrar la Pascua.
¿No era ahora el tiempo para ganar mil batallas y conquistar la tierra que llevaban desde los días de Abraham esperando poseerla?
No. Era el momento de renovarse y de obedecer.
La vida no siempre se trata de conquistar. Hay ocasiones en las que debemos detenernos para poder conquistar más efectivamente lo que el Señor tiene dispuesto para nosotros. No por culpa del que nos ha heredado, que es Cristo, o por la heredad en sí, que son todas las bendiciones espirituales; mas bien es por nuestra propia rebeldía.
Pensemos en Israel circuncidándose y comiendo la Pascua. Es entendible que hayan realizado la Pascua. Dios les había mandado que lo hicieran una vez por año. Esta sería la primera Pascua en Israel. Lo que llama la atención es que Josué haya tenido que mandar a circuncidar a todos los varones.
Dios había establecido claramente que cada israelita debía cumplir con este rito a los ocho días de nacido. ¿Por qué esta generación no lo había cumplido? Por desobediencia. Los cuarenta años errantes en el desierto fue un tiempo de desobediencia para toda la nación delante de Jehová.
Antes de poder participar de la Pascua y de pelear para conquistar su tierra, debían cumplir con la ordenanza de la circuncisión.
Al mandar Josué a que hicieran esto, él es una sombra de Jesús quien por su muerte y resurrección, ha logrado llevar a cabo en nosotros una circuncisión espiritual. Antes éramos esclavos a los apetitos de la carne. Estábamos dominados por esa naturaleza en nosotros que siempre se inclina hacia lo que es perverso ante Dios.

Nuestra carne espiritual fue cortada en el momento que creímos en el Salvador. Esta es la enseñanza del apóstol de Dios. “En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos” (Col. 2:11, 12).
¡Qué victoria ha traído la obra de Cristo a nuestras vidas! Su muerte resultó en que nosotros hayamos podido morir al pecado. Damos gracias a Dios por la nueva vida que tenemos en Cristo, como resultado también de su gloriosa resurrección. No es por el bautismo que esto sucede, sino mas bien, es en el bautismo que mostramos la simbología de lo que ha ocurrido en nosotros, gracias a la magna obra de Cristo en el Gólgota.
En este contexto, hay otra cosa con la que podemos relacionar la circuncisión con nuestro Señor. ¿Qué representaba la circuncisión para los israelitas? El pacto que Dios había hecho con ellos. En cierta manera estaban renovando su pacto con Dios al cortar su carne, al ser algo que habían dejado de hacer por tantos años. Nosotros también estamos en un pacto con Dios, pero el nuestro es nuevo. Al beber de la copa podemos pensar en que la sangre de Jesús tuvo que ser derramada para que Dios efectuara este nuevo pacto con nosotros.
En cuanto a la celebración de la primera Pascua celebrada en Canaán, hay por lo menos dos cosas que podemos resaltar. La primera es que los israelitas y los extranjeros podían tener el privilegio de comer de la Pascua, con la condición de que estuviesen circuncidados. Antes de la conquista, debía haber obediencia. Hasta de recibir lo suyo, debían darle a Dios la parte que a él le correspondía.
La Pascua y los panes sin levadura para nosotros representan una vida redimida del pecado para vivir en santidad delante de Dios. Para poder experimentar esa vida, volvemos a lo que ya hemos considerado, necesitamos que nuestra carne ya no nos domine. Esto se hace posible cuando ponemos nuestra fe en Jesús y recibimos la circuncisión espiritual.
Lo otro que podemos ver en la Pascua, es que dice en este pasaje en el libro de Josué, que el día después comieron panes sin levadura y espigas nuevas tostadas. Estas espigas al ser nuevas nos hacen pensar en la resurrección de nuestro Salvador. El Cordero que fue inmolado, esa sería la Pascua; es el mismo que retomó su vida poderosamente al tercer día, esa sería su resurrección. ¡Nuestro Salvador está vivo! ¡El Señor de gloria a quien adoramos vive!
Adoremos a Cristo Rey. Entendamos nuestra constante necesidad de renovarnos y de obedecer a nuestro Padre, para realmente ser agradables a él, y así poder conquistar nuestras bendiciones espirituales.
Gracias.
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¡Muchas gracias hermano Isaac por su comentario!
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