David Alves Jr.
Un conocido, un compañero de trabajo o un familiar, decide ser transgénero. Ya no se considera hombre, sino mujer, o siendo mujer, ahora se considera hombre. Cambia su nombre a uno del sexo opuesto con el que ahora quiere que todos le llamen. Amablemente exige que todos respeten sus pronombres preferidos. Ya no quiere que hablen de él, porque ya no se identifica con el sexo masculino, y ahora quiere que los demás usen el pronombre ella. Otros quieren ser identificados como no binarios, porque no se consideran ni del sexo masculino o femenino. Ellos prefieren pronombres especiales que no definen cuál es su sexo.
Como cristianos, ¿cómo debemos tratar este tipo de situaciones? ¿Qué debemos hacer en estos casos?
Antes de contestar, hay dos cosas fundamentales en las cuales tenemos que estar muy claros.
Dio creó al hombre y a la mujer. Contrario a lo que la gente quiere imaginarse en cuanto a sí mismos, hay dos géneros: masculino y femenino. “Creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn. 1:27). No existen personas no binarias. Uno es hombre o es mujer.
Los géneros no son intercambiables. Alguien puede llamarse transgénero o puede imaginarse serlo, pero es un término ficticio. No existen personas transgénero. Es completamente imposible cambiar el género con el cual nacimos. Alguien puede pensar que es mujer, siendo realmente hombre, pero es solo su imaginación. Tienen el derecho de cambiar sus nombres, pero no pueden modificar su sexo, aún si se operan.
Como cristianos queremos ser amorosos y amables con todos (1 Jn. 4:7, 8; 1 Co. 13:4-7), pero no podemos tolerar o aceptar lo que Dios condena. Si alguien quiere ser llamado con un nombre del sexo opuesto, ese es su derecho, y no estaríamos pecando si le llamamos con ese nombre. Lo que sí estaría mal, sería hablar del género opuesto de una persona que se considera transgénero, sabiendo realmente cuál es su género. Tampoco sería propio que le hablemos a alguien que sabemos que es hombre con los pronombres femeninos o a una mujer con los pronombres masculinos.
Sería razonable hablar con la persona y con gracia hacerle saber que uno no está de acuerdo en usar los pronombres que son opuestos a los que corresponden a su género. Para personas que hablan tanto de lenguaje inclusivo y que debemos aceptarlos por lo que son, en muchas ocaciones, no son para nada tolerantes al hecho de que habemos muchos que no estamos de acuerdo con su manera de ver las cosas. En nuestra sociedad, existe mucha presión para que nosotros los aceptemos por lo que son, pero ellos no tienen ninguna responsabilidad de respetarnos a nosotros por lo que creemos de acuerdo a la palabra de Dios. Nunca vas a complacer del todo a la comunidad LBGTIQ+ porque es un movimiento que siempre saldrá con cosas nuevas que siempre irán en contra de Dios.
Debemos amar sus almas y mostrarles cordialidad. Para evitar conflictos innecesarios, se pueden buscar formas a la hora de hablar que no cause ofensa. Pero si nos vemos en una situación donde se nos obliga usar los pronombres que sabemos no corresponden al sexo de una persona, es en esa situación en la que no podemos ceder, sino tenemos que honrar al Creador de los hombres y de las mujeres ante todas las cosas. No le ayudas a nadie apoyándole en su pecado. Dios te ayudará para serles de una verdadera ayuda, para que se conviertan a él.
