Cristo en toda la Biblia

El Majestuoso Mensajero de Jehová

David Alves hijo

Jueces 13:8-23

Después de que la esposa de Manoa le refirió todo lo que el ángel del Señor le había comunicado acerca del nacimiento de su su hijo Sansón, Manoa le oró a Jehová pidiéndole que una vez más les visitara el varón. Dios escuchó su oración y su ángel visitó una vez más a su esposa.

En este evento y en otras apariciones del ángel de Jehová en el Antiguo Testamento; no podemos sino deducir que estas fueron ocasiones en las que el Señor Jesús vino a la tierra en la apariencia de un ángel o un varón. Debemos ser claros y afirmar que esto no significa que Cristo sea un ángel o un mero varón. Él es Dios; y tiempo después tomaría forma de hombre y sería Dios y hombre a la misma vez. Antes de que naciera en Belén, todo indica que él era comisionado por su Padre para venir a la tierra para realizar ciertas actividades y lo hacía en la apariencia de un ángel o un varón.

No debe incomodarnos pensar en nuestro Salvador como el Ángel de Jehová. No solo no es un ángel, sino que venía en la apariencia de un ángel; pero también es bueno considerar que la palabra “ángel” en hebreo es sinónimo de las palabras “mensajero” y “representante”. ¿No es Cristo el majestuoso mensajero de Jehová? ¿No es Jesús la imagen y el representante perfecto de Dios?

Notemos distintas semejanzas que hay entre el varón que visitó a Manoa y a su esposa; y el Señor de gloria que vino a morir sobre un madero.

Inmediatamente la esposa de Manoa le fue a avisar que el varón enviado de Dios le había visitado por segunda vez. Al verle, Manoa le preguntó: “¿Eres tú aquel varón que habló a la mujer?” Su respuesta debe llamarnos la atención en gran manera; porque él le respondió: “Yo soy”. ¿Quién es el “Yo soy” de la Biblia sino nuestro Amado? Él se reveló como siendo el “Yo soy” a Abraham (Gn. 15:1; 17:1); Isaac (Gn. 26:24); Jacob (Gn. 28:13; 31:13; 35:11; 46:3); Moisés (Éx. 3:6, 14); la mujer de Samaria (Jn. 4:26); sus apóstoles (Jn. 6:20); y los soldados que le arrestaron (Jn. 18:5).

También están todas esas frases fenomenales que disfrutamos tanto que el “Yo soy” dijo de sí mismo y que nos revelan su grandiosa Persona. El majestuoso Mensajero de Jehová, el “Yo soy”, dijo ser: el pan de vida (Jn. 6:35, 41, 48, 51); la puerta (Jn. 10:7, 9); el buen pastor (Jn. 10:11, 14); la resurrección y la vida (Jn. 11:25); el camino, la verdad y la vida (Jn. 14:6); la vid verdadera (Jn. 15:1, 5). Adoraremos mañana al que lo es todo. Exaltemos de todo corazón al gran y al sublime “Yo soy”.

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Al volver al diálogo entre el ángel de Dios y Manoa, vemos que posee autoridad en la palabra que habla. Al explicarle el voto que tendría que guardar Sansón, el varón dijo: “Guardará todo lo que le mandé”. Un ángel no tiene este tipo de autoridad de sujetar a alguien a algún voto. Hace pensar en la autoridad de la Palabra del majestuoso Mensajero del Señor. Con su Palabra creó todas las cosas. Con su Palabra resucitó a Lázaro. Con su Palabra calmó la tempestad. Con su Palabra pronunció la terminación de su inmensa obra al exclamar: “Consumado es”. Con su Palabra ha transformado la vida de una multitud innumerable que le hemos confesado como Señor y Salvador.

Después de que Manoa le ofreció a Jehová un holocausto en presencia del ángel de Dios, el que sería padre de Sansón, preguntó al varón: “¿Cuál es tu nombre, para que cuando se cumpla tu palabra te honremos?” En esta parte del diálogo hay por lo menos dos cosas que nos hacen ver que Manoa estaba en presencia de Jesucristo.

En primer lugar, si este era un ángel cualquiera, ¿por qué Manoa habló de honrarle? Los ángeles no deben ser adorados. Únicamente Dios debe ser adorado. Manoa tuvo que haber estado hablando con Deidad para pensar que le honraría. En cuanto a esto, podemos ver que quizás el holocausto ofrecido por Manoa a Jehová, fue ofrecido también al Ángel de Jehová; porque siendo Jesús, él podía recibir este tipo de adoración. Nosotros también elevamos nuestra alabanza al Salvador de nuestras almas y le honramos a él porque él es Dios.

En segundo lugar, consideremos la respuesta del varón, en cuanto a la pregunta que hizo en relación a cuál era su nombre. El majestuoso Mensajero y Representante de Dios, respondió preguntándole: “¿Por qué preguntas por mi nombre, que es admirable?”. Esta palabra “admirable” en hebreo quiere decir: “maravilloso”, “incomprensible” y “extraordinario”.

A parte de Cristo, ¿quién más posee un Nombre que es maravilloso, incomprensible y extraordinario? Hay uno solo en la Biblia que es llamado el “Admirable Consejero” y ese es el precioso Hijo de Dios. ¡Él tiene que ser el majestuoso Mensajero de Dios que habló con Manoa! Todo acerca de Jesús le hace ser el Admirable. Su Persona y sus obras son maravillosas, extraordinarias e incompresibles. Solo él es digno de que le glorifiquemos y que nos rindamos a él en esta semana que está por comenzar.

Vemos también el poder de Cristo en el poder que manifestó el Ángel de Jehová al hacer que fuego apareciera en el ofrecimiento del sacrificio a Dios. En cuanto al fuego, este elemento de la naturaleza muchas veces indica la presencia de Dios. Pero la indicación más clara de que el majestuoso Mensajero de Jehová que vieron Manoa y su esposa, es la confesión que hizo Manoa, después de que él les dejó. Manoa le dijo a su mujer: “Ciertamente moriremos, porque a Dios hemos visto”.

Muchos vieron a ángeles de Dios y no pensaron que morirían por haber visto a Dios mismo. Isaías al ver al Señor sentado sobre su trono de gloria, dijo: “¡Ay de mí! que soy muerto”. El hombre se maravilla al ver a un ángel; pero al ver a Dios, el hombre se abruma tanto que siente que se va a morir. Cuando vemos a Cristo, vemos a Dios. Cuando contemplamos al majestuoso Mensajero y Representante de Dios, vemos a Dios. Cuando contemplamos a Dios, nos rendimos ante él; y le adoramos y le exaltamos. Cuando vemos al Ángel de Jehová que vio Manoa, decimos como Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”

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