David Alves Jr.

La semana pasada vimos al sumo sacerdote en el día de la expiación como sombra de nuestro Señor Jesucristo. Hoy haremos algunos comparativos entre el chivo que era sacrificado y nuestro Señor Jesucristo. Nos maravillamos que Dios permite en su Palabra que animales sean figuras de su exaltado Hijo. Si nuestro Salvador no ha venido, el próximo Sábado estaremos trazando a Cristo en el chivo que era abandonado.
Seguimos en Levítico capítulo 16. Recordemos que en nuestra consideración anterior, notábamos que dos chivos eran elegidos para participar en la expiación del pecado de Israel. Uno era sacrificado y el otro era llevado al desierto para que muriera abandonado allí. Aarón echaba suertes para determinar cuál sería el destino de cada uno de esos animales. En el caso del Señor, no fueron suertes que determinaron su muerte en la cruz. Eternamente y para siempre Dios había destinado a Cristo como el Cordero que sería sacrificado (1 Pe. 1:20) y él siempre se había entregado a la voluntad de su Padre (Heb. 9:14).
Cuando caían las suertes, el chivo de expiación que sería sacrificado era presentado ante la nación. De igual manera, Dios ha presentado a su Cordero al mundo quien se sacrificó por todos nosotros. Él dice: ”Miren a mi siervo” (Isa. 42:1). Juan el Bautista anunció por parte de Dios: ”Miren al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Él ha hecho absolutamente claro quien es aquel que le ha complacido para que sea el sacrificio perfecto para quitar los pecados de la humanidad.
El chivo de la expiación siendo degollado, nos lleva a pensar en los dolores físicos que sintió Cristo al sufrir la peor muerte de todas- la muerte por crucifixión. Pensamos en aquel que tuvo que sentir espinas hendirse en su sien, látigos arrancar su carne y clavos traspasar sus manos y sus pies. El sumo sacerdote después llevaba sangre del animal al lugar santísimo para esparcirla sobre y delante del propiciatorio. De esta manera, el pecado del pueblo era expiado o cubierto. A través de todos estos ritos en el día de la expiación, el santuario y el pueblo eran purificados de sus impurezas. Mucho conseguía para la nación de Israel la sangre derramada de estos animales, pero ¡cuánto más nos ha dado la sangre de Cristo! En el día de la expiación, la sangre derramada del chivo de la expiación cubría el pecado de la nación a lo largo de un año. Nada se compara con la sangre de Cristo, porque trata con los pecados de todas las naciones a lo largo de todas las edades. Con razón el escritor a los Hebreos preguntó sobre este tema: ”¿cuánto más la sangre de Cristo…?” (Heb. 9:14). ¡Ninguna sangre como la suya!
A veces cantamos:
”Ni sangre hay ni altar; cesó la ofrenda ya;
no sube llama ni humo hoy, ni más cordero habrá.
Empero ¡de aquí la sangre de Jesús,
que quita la maldad y al hombre da salud!”
El chivo sacrificado fungía como ofrenda por el pecado en el día de la expiación. Como ya hemos observado cuando analizábamos los capítulos 4, 5 y 6 de Levítico, en la ofrenda por el pecado, la grosura era quemada sobre el altar, y por lo tanto, se hacía lo mismo en el día de la expiación. La gordura siendo la parte más valiosa del animal y al ser quemada toda para el disfrute de Dios; nos señala al agrado que el Padre recibió de la obra perfecta de su Hijo realizada sobre la cruz aún cuando lo había abandonado. Partes del animal de la ofrenda por el pecado, eran quemados fuera del campamento. Aquí encontramos al Señor sufriendo la ira de Dios por nuestros pecados a las afueras de Jerusalén.
El pueblo de Dios veía con agradecimiento al chivo sacrificado para que sus pecados pudiesen ser cubiertos. Nosotros podemos estar aún más agradecidos por el Salvador del mundo quien ha quitado todos nuestros pecados sufriendo por nosotros sobre la cruz. La profecía de Isaías viene a la mente cuando él escribió sobre el Mesías: ”Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” (Isa. 53:5) Pablo escribió de Cristo: ”Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” (2 Co. 5:21)
El Señor nos ayude a meditar en nuestro Señor al pensar en el chivo que era sacrificado en el día de la expiación.
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